En el día de la batalla de Arica mechita y yo nos casamos en la iglesia San Francisco de Paita, fecha muy particular donde se conmemora en nuestro país la lealtad de Francisco Bolognesi y sus oficiales para resistir hasta el último hombre cuando ya todo estaba perdido. Siempre me ha parecido que ese es el mensaje más hermoso que se le pudo dar a nuestro país: el compromiso y la lealtad nunca deben ser negociadas. Han pasado veinticinco años desde esa noche y hoy tenemos un hogar con tres hijas y mil historias que repetimos de vez en cuando para que no mueran en el tiempo. No es fácil estar casado y durar lo que estamos durando. El matrimonio tiene tantos avatares que se hace costumbre y hasta necesario enamorarse una y otra vez de la misma persona que días antes -por alguna desavenencia- deseaste no ver nunca más en tu vida.
“Hasta que la muerte los separe”, había dicho el padre Jorge de Dios aquella noche del 7 de junio de 1997. A mí la ceremonia de un matrimonio siempre me ha parecido una orden religiosa cuando el amor es un sentimiento libre, no una obligación. Pero igual fuimos a esa iglesia y nos sometimos a la tradición porque, ambos sentíamos, queríamos vivir juntos el resto de nuestra vida. Y lo dije, nervioso, temblando y con el alma pareciendo quererse salir de mi cuerpo: “Yo, Ricardo, te recibo a ti, Mercedes, como esposa, y prometo serte fiel en la prosperidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida”. Suena bonito, bastante romántico y poético, pero es toda una odisea darle ese cambio a tu vida; y con el tiempo vas descubriendo que el matrimonio también es terquedad cuando se piensa primero en los hijos antes que en uno mismo.
Hoy les puedo decir que, para llegar a los veinticinco años de casados, tiene no solo que haber amor entre dos personas, sino un compromiso donde la paciencia y la firmeza sean el pan de cada día. Lo de nosotros nunca fue ese latido con fuerza del corazón que, dicen, se siente cuando te enamoras, eso que te emboba, no, tampoco ese temblar de piernas y mariposas en el estómago ni nada que tenga que ver con esa poesía barata, no, lo de nosotros siempre fue tranquilidad, el vivir sin ansiedad, sin agitación y riéndonos hasta de nuestras propias necesidades. Hoy les confieso que hasta he tenido que inventar alguna bronca para darle emoción a la cosa. Para nosotros la convivencia es menos aburrida cuando tiene menos miel y mucho más realismo. Nosotros nunca nos hemos dicho amor en público, por ejemplo, porque no lo necesitamos, es más, nos causa risa cuando lo escuchamos de otras parejas, suena simplón para nosotros, es como si quisieran decirle al mundo: hey, gente, estamos enamorados, mírennos, ¿se nota?, ¿se nos ve cool? Para nosotros el amor nunca fue moda, sino amistad pura, complicidad, colaboración y, sobre todo, bastante comunicación para conocernos bien por dentro y por fuera.
“El amor es un sentimiento maravilloso que se empobrece cuando hablas de él”, respondió Vargas Llosa en una entrevista.
Hasta la luna es amada y no dice nada.
Lo de nosotros ha sido algo bastante simple en estos veinticinco años de vida matrimonial. Es la historia de dos amigos incansables que se volvieron amantes inseparables y que se necesitan el uno del otro para estar completos: sin nuestro hogar no somos nada. El matrimonio es difícil, muy difícil, hay que lidiar a diario con muchas dificultades y necesidades; pero esas cosas con el tiempo te van aclarando un destino hermoso, uno que nunca escribimos, pero que mechita y yo trabajamos juntos para lograr lo que siempre quisimos: una sólida familia. Allí están nuestras hijas siendo el reflejo de nuestra verdad.