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    Enero 28, 20238 Mins Read

    “Testigo es la luna” El dolor de la decepción

    Ricardo Espinoza RumichePor Ricardo Espinoza Rumiche

    El dolor de la decepción

    A Richi Vladi no le gustan las reuniones con políticos, se aleja de esos ambientes perniciosos, pero aquella vez hizo una excepción por tratarse de Peter a quien conoció cuando usaba pantalones cortos y politos de marca desconocida. Le gustaba la fortaleza y juventud del muchacho porque le recordaba sus mejores años. En aquella época, muy lejos estaban de Peter las camisas blancas Tommy Hilfiger que después marcarían su estrategia de marketing. Era alto. Richi Vladi lo sabía por sus fotos en las redes sociales, pero las primeras ganas que tenía era de pararse a su lado y estrecharle la mano para saber si todavía estaba entre los altos más altos del puerto, ya que había decaído cuatro centímetros por falta de ejercicios y nadie le creía, y también entre los hombres más seguros y fuertes; porque un apretón de manos, decía Richi Vladi, es la mejor manera de conocer a la otra persona; y un apretón de manos no recíproco puede definir a la persona que tienes enfrente como socialmente tímida, insegura y hasta grosera.

    No era bueno que Peter siguiera usando su ropa barata y corta siendo ya un candidato a la silla más deseada del puerto. Richi Vladi se lo hizo saber y entendió el muchacho que en un puerto lleno de prejuiciosos había que darles el gusto para que observaran a alguien más provocativo; porque el hábito en política sí hace al monje. Si Peter quería verse como un estadista en un puerto llenos de pescadores prehistóricos, había que empezar a darles lo que ellos por historia siempre desean: alguien mejor vestido que ellos, que no ande a pie, sino en autos llamativos; alguien totalmente desconocido, pero con aires de triunfador para decirle ingeniero así sea basurero. Pero Peter era casi un ingeniero, le faltaba casi nada para acabar su carrera que había cambiado por la política y que, inconscientemente, lo había relegado de su primera meta.

    Peter y Richi Vladi se encontraron donde habían acordado a través de sus redes sociales y ambos fueron puntuales. Richi Vladi tenía esa manía, la de ser puntual con insistencia. Se sorprendió de no ser el único. Ni un segundo más ni menos porque mejor es no llegar que llegar tarde, pensó.

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    Sonrieron ambos al verse por primera vez en persona y apretaron fuerte sus manos; entonces Richi Vladi entendió que tenía pasta el muchacho; también buenas manos; pero para él era la ocasión para medirse en estatura, otra de sus manías cada vez que conoce a otra persona que, a simple vista, sobre pasa el metro ochenta. De inmediato calculó que él seguía siendo el gigante. Se sintió poderoso una vez más.

    Pero no solo comparó las tallas, sino las edades: Richi Vladi le llevaba toda una vida tanto que podría ser su padre. Lo había conocido sin verlo cuando cursaba estudios en el colegio porque se hablaba de un chico diferente; pero igual le había perdido el rastro aun cuando Peter ya tenía cierta experiencia en los ambientes municipales. A Richi Vladi nunca le han gustado los ambientes municipales. Y ¡vaya! que había sido invitado a ser parte de ellos; no obstante, lo decía de vez en cuando, prefería criar y estar rodeado de chanchos que sí dan manteca.

    Richi Vladi no llevaba mucho dinero para esa cita con Peter, apenas unas monedas, pero había aceptado reunirse con el muchacho, a las cuatro de la tarde, gracias a su insistencia. Lo bueno que entre sus manos nunca falta un libro para regalar y quedar menos miserable: se lo entregó cuando estuvieron por fin sentados y frente a frente: ni caso le hizo al ejemplar. Peter estaba tan concentrado en sus propios intereses que Richi Vladi se sentía arrepentido de haberlo llevado. Aun así, cada vez que le suceden estas cosas, cuando es testigo de que la gente ignora un libro, no se detiene, no se desanima; al contrario, se despierta y se promete seguir insistiendo. Porque si él, que era un viejo decrépito y un don nadie en el puerto, había cambiado gracias a la lectura, imaginaba cuántos jóvenes pudieran tener mejor futuro si encontraban ese ejemplar que en algún espacio del globo terráqueo estaba esperando por ellos.

    Antes, ambos habían caminado buscando un lugar donde sentarse y conversar tranquilos. No había, no hay y creo que nunca habrá porque el puerto está lleno de bares, chicherías y cantinas, y lo que Peter y Richi Vladi buscaban era un lugar para tomar una taza de café y conocerse más allá de sus nombres en las redes sociales.

    Encontraron y entraron a una pollería que, al medio día, vendía menús. No había café, ni té, ni nada parecido; tampoco quedaba el menú. Richi Vladi pidió una chicha morada y Peter se pidió una sopita wantán que había sobrado de los menús.

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    “Una sopa, ¡por Dios!”, pensó Richi Vladi, “¿quién toma una sopa el primer día que conoces a alguien?”

    Peter habló de sus proyectos, de su pasado, de su vida y de su familia; también de gestión pública, de ese conjunto de procesos y herramientas aburridas que casi siempre se queda en una fotografía y una promesa. Richi Vladi lo escuchaba mientras miraba el libro ignorado, que era suyo, y pensaba en todo lo que había pasado para escribirlo, editarlo y publicarlo para que ese nuevo amigo lo ignorase peor a lo que él lo estaba ignorando mientras le contaba sus proyectos políticos.

    Se ignoraron ambos con el tiempo. Se engañaron mutuamente y nada bueno resultó de esa amistad hipócrita que a nada concreto los llevaba. Richi Vladi había invitado a Peter a escribir porque, pensaba siempre, las mentes diferentes deben ser capaces de cultivar la escritura y enseñar a través de la palabra. No obstante, Peter jamás le dio un no por respuesta, así como nunca le dio un sí ni por educación. Sus metas eran diferentes. Nada tenían que ver sus intereses con ser un escribidor, sino con convencer a las masas a través de su habilidad con el discurso politiquero. Habilísimo el joven Peter fue creciendo día tras día, y a todos les decía que él no estaba allí para mentirles; no obstante, poseía una envidiable memoria después de haberles mentido.

    Desde niño, Richi Vladi había sentido que la vida le daba ejemplos de personalidad y rebeldía. Su padre y su abuelo estaban entre sus grandes maestros. De ellos había aprendido el comportamiento adecuado y la manera de decir blanco al blanco y negro al negro, y, sin proponérselo, confiaba en que alguien dentro del resto del mundo debía ser como ellos. Nada era como su teoría mental, menos la esperanza que había puesto en el joven Peter que fue creciendo sin ser el líder que Richi Vladi había creído que sería. Porque meses después, cuando el puerto vivió sumido en el peor caso de corrupción comprobado, el joven político prefirió ser el sordo, el mudo y el ciego para no perder votos en la siguiente campaña política rumbo a sus sueños.

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    La amistad débil, pero con cierta esperanza entre ambos, se había resquebrajado a tal punto que Richi Vladi no volvió a confiar en lo mínimo en Peter.

    Richi Vladi conoció a Peter cuando era apenas un soñador en busca de ilusiones. Testigo es la luna que no era nada ni nadie, pero el muchacho tenía claro que quería serlo todo. Verlo tomar esa sopita, la primera vez que se conocieron, fue la prueba de su inocencia, de su nivel económico, de la verdad, de lo lejos que estaba de su próxima meta; no obstante, reflejaba esperanza para un mejor futuro y fue protagonista de una de las mejores campañas políticas que se pudo hacer en el puerto; y así de franciscana, como nunca y como nadie con ese éxito lo hizo. El resultado de la contienda electoral sobrepasó las expectativas de Richi Vladi, lo confesó en varias oportunidades a sus amigos. Había futuro en el joven político. Fue la esperanza y sus discursos apuntaban al cambio.

    Pero hay una cosa que no es discutible. El talento para enamorar a las masas y el conocimiento nada tienen que ver con la personalidad de un ser humano en los tiempos difíciles. Cuando no te criaron para andar derecho, ni aunque te fajen: Peter mostró no ser ese joven rebelde, sino uno más de los tantos que habían pasado sin pena ni gloria, y prefirió darle licencia a su liderazgo para no perder lo que había aceptado en la nueva gestión por conveniencia particular. Peter había cambiado el ser martillo para convertirse en clavo; el ser el líder que conoce el camino para caminar los caminos de otros; Peter había cambiado el plato de sopa deseando lentejas. Testigo es la luna que el dolor de la decepción ordenaba escribir estas líneas.

    Author

    • Ricardo Espinoza Rumiche
      Ricardo Espinoza Rumiche

      Nació en Paita, en la cima de un cerro. Ha estudiado en la ex 33 donde iban los más papacitos de su época y en el Colegio San Francisco, porque no había otro. Fue judoca porque quería vengarse del muchacho que le ganaba a su hermano y también basquetbolista, porque nunca aprendió a patear la redonda. Tiene estudios superiores técnicos, pero se le extravió el cartón que lo certifica. Ha sido, entre otras cosas, pescador, camarero, estibador, mototaxista, agente de aduana, pero nunca pasador de franela. Tiene dos novelas publicadas y dos a media caña que no quiere terminar porque no saca ni para el té filtrante con su literatura. Se considera un autodidacta y un “mil oficios”. En el año 2020 publica el primer número de la revista Barlovento, pero el virus y sus amigos que nunca le compran lo obligaron a desistir de una segunda edición. En el 2021 crea este espacio virtual e intenta mostrar un lugar para todo paiteño que desee escribir. Pero nadie desea escribir y casi siempre lo mandan a bañarse. Actualmente prefiere releer sus textos inéditos antes que leer propuestas monses de candidatos monses. Es chancletero por obra divina y sueña con ser abuelo de tres lindas niñas.

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