Peter escribe con furor una vez más en sus redes sociales. Se nota el enojo cada vez que lo hace. Solo le falta las letras mayúsculas para que sus seguidores piensen que está irritado de verdad. Mostrarse exasperado se ha convertido en su sex-appeal; además, le va muy bien cuando lo hace. Hace tiempo que el puerto necesitaba un hombre de empuje, de osadía, con agallas para enfrentar a los malos. A las choclonas porteñas les encanta el mensaje de mano dura y han jurado amarlo hasta el infinito y más allá: no dejan de darle la razón.
Peter ha encontrado, en la supuesta rabia que lo embarga, el aplauso que nunca tuvo de niño, pero que ha sentido por años que lo merecía. Peter ha encontrado hombría en mostrarse agresivo y deschavado. Peter es el nuevo rockstar de las redes sociales y su voz es ley en las amas de casa que, en él, han encontrado a ese esquivo líder del hogar que nunca se mostró por sus lados. Peter es un escribidor en potencia y su letra es orden entre las engañadas. Peter es un pastor no ordenado y sus estados de Facebook son versículos bíblicos que hay que obedecer a mansalva. Peter se siente el Nayib Bukele de la esquina del movimiento.
Peter, en su nuevo post vespertino, exige que se respeten los acuerdos, con postura firme, con voz segura y pecho fuerte. En resumen: Peter está molesto porque en la última reunión que ha tenido con gente poderosa y acomodada lo han hueveado como un niño.
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Richi Vladi sonríe y siente que, por fin, alguien le ha dado de su propia medicina al mentiroso. Hay tres clases de mentiras, pensaba Richi Vladi mientras leía su estado de facebook: la mentira, la maldita mentira y la palabra de Peter cuando le dijo que lo apoyaría en su proyecto de una Feria de libros. ¡Cuánto había soñado Richi Vladi con ese proyecto en beneficio de la gente del puerto!, ¡cuántos niños y adolescentes tendrían la oportunidad de conocer a escritores de verdad!, ¡cuántos ciudadanos tendrían al alcance las novedades literarias!, ¡cuántos contactos con editores y demás escritores harían los autores porteños en esos días de feria!, ¡quién sabe!, a lo mejor era la oportunidad para cambiarle la vida a cualquier porteño que nunca tuvo la oportunidad de salir de este perímetro tan histórico, pero al mismo tiempo tan atrasado.
La Feria de libros estaba siendo ejecutada para que todos ganáramos. Pero no para ganar dinero, como ciertos escritores cojudos querían ganar y exigían que se les pagara por presentarse en su propia feria. Tan anormales y tan inocentones, carajo. No, sino para ganar experiencia, amistades importantes y por qué no, una gran oportunidad para que nuestros escribas fueran conocidos y leídos más allá del peaje, y para que los artistas plásticos fueran observados más allá de nuestras fronteras; y, además, para que nuestros conciudadanos en general tuvieran la oportunidad de escuchar alguna disertación que les ampliara el panorama cultural.
Y con lo que le había prometido Peter a Richi Vladi, se podía ver consumado su sueño. Casi completaba no solo el presupuesto, sino las ganas de seguir haciendo cosas en bien de los demás. A Richi Vladi no solo lo alentaba el apoyo económico, sino el apoyo moral, tan escaso en ciertas circunstancias, como en los ambientes culturales. Pero no, lo había hueveado como un niño, como ahora lo habían hueveado a él gente mucho más poderosa y mentirosa.
Richi Vladi, decía, se habría conformado con un “no puedo, causita”, como siempre se conforma cuando de vender libros se trata; Richi Vladi se habría conformado con un “será para la otra, amiguito”, o con un “déjame ver y te aviso”, aunque nunca más le avisen nada de nada.
Al final, Richi Vladi con los años se ha acostumbrado a que los porteños le digan educadamente que se vaya a la mismísima mierda con sus huevadas literarias que no sirven para nada. Y hasta alguien alguna vez le había sugerido que escribiera pornografía o que fundara una yunza si quería tener éxito en contados segundos.
Pero no, Peter lo hueveó como un mozalbete, o como un marido carretón que suele huevear a su esposa los fines de semana: lo dejó en el aire y con el proyecto tambaleando.
No obstante, la mentira era parte de una estrategia para boicotear el proyecto de Richi Vladi. Eso lo averiguó semanas después de finalizada la feria cuando conversó con uno de sus allegados que no supo esconder la lengua.
La verdad era que Peter no soportaba que alguien le ganara algo tan importante para la historia cultural del puerto. Él tendría que ser la génesis del cambio y la esperanza al ciento por ciento. Peter no soportaba ser el segundo porque las choclonas lo tenían con el ego en las nubes. Tenía tanta fama entre las féminas que bien hubiese podido fundar el CDP (club de damas de Peter).

Y en las nubes también estuvo Richi Vladi para encontrar un nuevo financista a pocas horas de iniciar el proyecto; a pocas horas de haberle agradecido a una dama y de haberle dicho que no, que gracias pero que ya tenía todo bajo control para estrenarse de anfitrión con escritores de orden mundial. Eso era lo que más le dolía a Richi Vladi, que había despreciado a una auspiciadora de peso que se había ofrecido voluntariamente, y todo porque confió en Peter y su sonrisa encantadora de choclonas arrepentidas.
Richi Vladi llamó aquí, allá, pero no encontró ni en acullá. Buscó un préstamo personal para completar, pero su mujer le recordó que tres días antes le habían robado su moto, por andar desconcentrado en ferias, y que no fuera tan cojudo para seguir preocupándose por otros y mandara a volar todo que ya le estaba llegando al pincho su ausencia en la casa.
Pero Richi Vladi no estaba dispuesto a que el puerto entero lo viera como un incompetente, y decidió morderse la lengua y el orgullo propio para llamar a la auspiciadora que había dejado de lado. Nunca antes se había sentido tan poca cosa. Sin embargo, solucionó con vergüenza y todo el asunto para completar la misión que la autoridad de turno le había encargado, la primera feria del libro, el inicio de un cambio que Peter no estaba dispuesto a apoyar por cálculo político, porque él quería hacerla, porque se sentía un ser superior, el Alan García de los ochenta, el Alberto Fujimori de los noventa, el Nayib Bukele del puerto.
¿Por qué la gente era capaz de mentir?, se preguntaba Richi Vladi.
La mentira -nunca antes lo había experimentado- produce dolor en el alma. La mentira en Richi Vladi había creado una distancia irreconciliable que lo alejaba de Peter y de todos los Petersssss que se le pudieran cruzar en la vida.
Pero hoy, después de leer el último estado de Facebook del mentiroso, había sentido que la venganza era dulce, y que el mejor placer que hay en esta vida era cumplir con lo que algunos creen que no puedes hacerlo, y más aún cuando se pongan en contra.
Richi Vladi sonríe y siente que alguien lo vengó sin querer queriendo, sin imaginar que él en algún lugar del puerto estaba desquitándose a carcajadas todo lo que había sufrido en su momento, mientras las choclonas de Peter fingían sufrir con sus arrebatos y no desmayaban en defender al nuevo adonis del puerto
“Toma tu like, papacito”, parecían decirle cada vez que se mostraba molesto por algo.