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    Abril 1, 20237 Mins Read

    Testigo es la luna: “Bajo la lluvia quién podría notar que estoy llorando”

    Ricardo Espinoza RumichePor Ricardo Espinoza Rumiche

    La lluvia es y debería ser hermosa si solo la dejáramos seguir su curso. Contemplar su paso sin preocupaciones, sería un espectáculo esperado por todos; pero para eso hay que construir con responsabilidad las diferentes obras públicas, además de nuestras casas, y siempre pensando en ella, porque siempre volverá y no es un secreto.

    “Bajo la lluvia quién podría notar que estoy llorando”, escribió en un Haiku el Dr. José Lalupú Valladolid. Es que los mejores poetas de la humanidad han escrito sobre ella, porque tiene magia e inspira. La lluvia viene mandada del cielo, es un regalo de la naturaleza que nos da vida, nos alimenta y nos limpia. Una buena lluvia purifica el aire que respiramos y es libre de cloro y demás componentes químicos. Sin ella no sería lo mismo vivir en este planeta.

    Pero la lluvia también llega para recordarnos que somos irresponsables.

    La lluvia es y debería ser hermosa si solo la dejáramos seguir su curso. Contemplar su paso sin preocupaciones, sería un espectáculo esperado por todos; pero para eso hay que construir con responsabilidad las diferentes obras públicas, además de nuestras casas, y siempre pensando en ella, porque siempre volverá y no es un secreto.

    Recuerdo la primera lluvia fuerte de mi vida, la que abrió un sinnúmero de precipitaciones. Era el verano de 1983 y los cheis veraneábamos en “La Capitanía”, una playa que ahora se le conoce como “Los agachaditos” y que ya no está apta para bañarse por tanta caca que ha recibido. Hoy la gente la visita para comer ceviche al paso.

    Era de tarde y los cheis nos disponíamos a jugar a la empuñada, entre fierros del muelle El Fiscal y arena fina de la Capitanía, y cuando nos cansábamos, las veredas de la vieja aduana de Paita eran invadidas como si se tratase de arena de playa. Cuántas conversaciones de comercio y de chisme de viejos aduaneros escuchamos en esos momentos. Qué tiempos aquellos donde la máxima preocupación en la vida era aprender a lanzarse de lo más alto del muelle.

    Y la lluvia llegó esa tarde como nunca la habíamos visto: agresiva, gota grande que asustaba y dolía. El puerto se oscureció como si alguien hubiese bajado una térmica.

    Pero en esa época todos vivíamos cerca. Llegar a nuestras casas era cuestión de minutos. Los siguientes días son historias de dolor que muchos no aprendieron. Así llegó el maretazo varando y destruyendo lanchas, yates y botes; así llegó el lodo desbordando el zanjón e inundando nuestra encantadora plaza de armas; así tocó ver los techos volando hacia las calles o hacia las casas vecinas; así tocó quedarse encerrado por los apagones y porque los truenos y los rayos -decían nuestras madres- nos iba a destrozar como anchoveta en bodega. Todo era un caos, tanto que nos quedamos sin amigos que solo veíamos en la temporada y después sin colegio para inaugurarnos en la secundaria.

    Todos con botas de jebe y linterna en mano. No botas blancas como ahora para la foto, sino negras que se volvían marrones en cuestión de segundos. Por mi casa se hacía una zanja que nos convertía en atletas de salto largo. Para los churres del 83, las lluvias eran la mejor diversión que jamás habíamos vivido; y esto que ya había llegado un circo mexicano con animales inmensos y feroces.

    Pero las lluvias y el lodo nos sacaban también lo peor de nosotros, niños incomprendidos que nos reencontrábamos a diario en la calle Blondet, en dos turnos, porque de noche nos peleábamos la plaza con los mayores. Allí mismo en tiempos de lluvias y lodo qué churres malvados que fuimos: encontramos un hueco y lo tapamos con lodo para reírnos de quien pasaba y se hundía.

    Se hundió el comandante de la PIP, se hundió la mamá de una vecina que no nos podía ver ni en pintura, se hundió todo el que pasaba por nuestros dominios, gente inocente que tuvo que soportar nuestra burla; hasta que pasó don Jorgito, un hombre diminuto que tenía una joroba y que vendía bodoques, caramelos y revistas en un quiosco cerca al muelle El Fiscal, donde todos jugábamos en los veranos.

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    Malvados hasta el tuétano los cheis reíamos hasta el cansancio. Pero Jorgito nos desahuevó en segundos. Todos asustados a sacarlo del hueco con barro y después a buscarle las sandalias que se le habían quedado en el hueco. Todos terminamos embarrados por chistosos y atrevidos. Qué tiempos aquellos. Hoy veo jugar a un niño con los restos de una lluvia fuerte y recuerdo que la felicidad no tiene nada que ver con tener poder ni dinero.

    En Paita han regresado las lluvias y nos ha destapado. No estamos preparados para recibirlas después de haber vivido el 83, el 97 y el 2017. Se han caído casas, se han roto calles y se han inundado los mismos seres humanos que nunca harán caso de que no deben estar en esos lugares.

    Nada, ni la peor desgracia nos hace reaccionar como sociedad. Así vivimos cada cierto tiempo, entre obras mal hechas y ciudadanos que exigen atenciones sin merecerlas.

    El puerto ha crecido como ha podido, entre invasiones planificadas y no planificadas. Y hoy estamos pagando las consecuencias. Somos una ciudad desordenada que no admira una lluvia, sino que le teme y hasta reza para que no lleguen sabiendo que van a llegar, y cada vez más agresivas.

    Los años han pasado y hasta a los propios cheis que, testigo es la luna, vibraban con este fenómeno natural, hoy temen su llegada. Las autoridades han pasado en estos años como si no hubiesen pasado nunca. Pues aquí seguimos, en un puerto gris y cada vez más triste, viejo y yendo al olvido.

    Cada lluvia no solo nos golpea físicamente, sino en el alma. Cada lluvia nos regresa al inicio. Hay que volver a empezar y nunca empezamos.

    Dicen que el abandono y la humillación es lo que más estrés nos provoca. Y ver las mañanas paiteñas después de una lluvia fuerte, es como ver una ciudad abandonada. Y duele. Duele tanto que necesitamos -como escribió el Dr. Lalupú-: de otra lluvia para que nadie note que estamos llorando. 

    En Paita seguimos creyendo que somos “los vivos” de la cuadra asentándonos con nuestras familias en los lugares no permitidos, hasta que una lluvia cae para mostrarnos la torpeza que nos rodea. Muchos de los que ya peinamos canas, testigo es la luna, no aprendimos nada del 83, de esa época de lodo, vientos, truenos y relámpagos que le cambió la vida a muchas personas.

    Mientras escribo estas líneas, un fuerte olor a tierra mojada entra por la ventana. Es momento de prepararse y rogar que no sea tan fuerte. Ya no soy el niño que gozaba con los relámpagos y los truenos. Ya no me gusta el agua del cielo. Ya no uso botas para divertirme. El sonido es intenso. Mis vecinos empiezan a moverse para proteger las entradas de sus viviendas. Frente a mi casa, una plataforma deportiva se ha convertido en una piscina maloliente. La calle se vuelve un desierto y se escuchan los primeros truenos. Un relámpago se apodera del cielo. Son las doce de la noche y ha llegado el mes de abril: testigo es la luna que las lluvias hoy son una amenaza.

    Author

    • Ricardo Espinoza Rumiche
      Ricardo Espinoza Rumiche

      Nació en Paita, en la cima de un cerro. Ha estudiado en la ex 33 donde iban los más papacitos de su época y en el Colegio San Francisco, porque no había otro. Fue judoca porque quería vengarse del muchacho que le ganaba a su hermano y también basquetbolista, porque nunca aprendió a patear la redonda. Tiene estudios superiores técnicos, pero se le extravió el cartón que lo certifica. Ha sido, entre otras cosas, pescador, camarero, estibador, mototaxista, agente de aduana, pero nunca pasador de franela. Tiene dos novelas publicadas y dos a media caña que no quiere terminar porque no saca ni para el té filtrante con su literatura. Se considera un autodidacta y un “mil oficios”. En el año 2020 publica el primer número de la revista Barlovento, pero el virus y sus amigos que nunca le compran lo obligaron a desistir de una segunda edición. En el 2021 crea este espacio virtual e intenta mostrar un lugar para todo paiteño que desee escribir. Pero nadie desea escribir y casi siempre lo mandan a bañarse. Actualmente prefiere releer sus textos inéditos antes que leer propuestas monses de candidatos monses. Es chancletero por obra divina y sueña con ser abuelo de tres lindas niñas.

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