Siendo un puerto donde arriban a diario cientos de pescadores, marineros mercantes y demás foráneos, y aunque suene a defensor de la mugre, Paita necesita de bares, discotecas y cantinas para satisfacer esa necesidad de relajo que se requiere en ese ambiente. Eso, sin contar a los cientos de jóvenes que buscan un momento de diversión y pausa a sus actividades diarias. No nos hagamos los inocentes, y quien intente ocultar esa realidad está viviendo en otra atmósfera. Los bares, las discotecas y las cantinas son, tradicionalmente, lugares de reencuentros informales de amigos o conocidos, y los hay en todos los lugares del mundo. En Europa, por ejemplo, es común que en cada calle importante haya un bar. No es el máximo pecado ni el mismísimo infierno, como se pretende ver en Paita este negocio. Que una autoridad cierre un bar y se propagandee como si fuese una tarea exitosa es la mentira más grande que se le puede hacer a un pueblo donde abundan los comercios de bebidas alcohólicas informales.
Los bares no necesitan ser cerrados, sino fiscalizados constantemente para que, poco a poco, sean transformados en lugares menos mugres y menos peligrosos. Aunque parezca gracioso, el bar de tu ciudad refleja también el nivel cultural que se tiene como sociedad en su conjunto. Un bar puede ser ese lujoso local pitucón donde la mesa es de vidrio y la cerveza te cuesta tres veces más de su precio, así como el antro maloliente al que se han acostumbrado la mayoría de paiteños donde, muchas veces, no falta el que encuentra el verdadero amor o la trampa que se llevará hasta la última gota de su sangre. Cosas de incautos. Qué culpa tienen los demás borrachos.
Un bar puede ser atendido por dos personas, a la antigua, así como por decenas de señoritas que esperan encontrar tu debilidad para sacar su beneficio. Al final, todo eso es libertad de cada ser humano. A nadie se le obliga a ir a un bar, así como a nadie se le obliga a asistir a una iglesia para sentirse mejor persona, pero que, ¡quién sabe!, cuántos pecados peores que tomarse una cerveza tiene.
En los bares de Paita yo, en lo particular y sin ser asiduo visitante, he encontrado a profesionales de alto nivel y hasta a candidatos a la alcaldía haciendo proselitismo político. Nada más cómico que ver a estos buenos para nada regalando cajas de cervezas para encontrar la tan ansiada aceptación. También he saludado a uno de mis mejores profesores de la secundaria, de los buenos, de los que me enseñaban las cosas buenas de la vida; así como a uno de los mejores entrenadores que he tenido en mi vida de deportista amateur. En un bar un hombre es capaz de abrazarte y decirte que te quiere mucho y que te admira desde siempre, cosa que no haría fuera de ese lugar y con menos cerveza en el cuerpo.
En un bar, no hace mucho tiempo, me presentaron al comandante de la Policía Nacional, tremendo personaje, bebiendo con guardaespaldas y que no dudó en decirme “por ahí estamos, para lo que necesites, amigo”. En un bar también se reconcilian los hombres que años antes se agarraron a trompadas y vuelven a ser los mejores amigos. En un bar paiteño el platudo del puerto baja a la mugre para brindar con el misio, cosa que no haría fuera porque hay que mantener el status ganado. En un bar conocí a uno de los mejores literatos peruanos que he leído, así como, cuentan las leyendas, se han escrito los mejores versos de muchos poemas inmortales.
No es el bar, sino cómo es el bar lo que debe fiscalizarse.
En Paita -un puerto atrasado sin cines, sin mega plazas, sin vida cultural, sin teatros y sin ninguna novedad en todo el sentido de la palabra, los hombres sin suerte de tener una visión clara de la vida, en la adolescencia sueñan con entrar a un bar y hacerse hombres; en la juventud, cuando ya se gana dinero, los paiteños son líderes en las borracheras compitiendo con los otros para demostrar su poder comprando cervezas. Esa es nuestra cultura, esa es nuestra realidad, y no va a cambiar así se cierren todos los bares habidos y por haber, simplemente, porque Paita es una isla donde no se ve nada mejor que el paisaje. Pero cuando los paiteños se vuelven autoridades, y cuando tienen la sartén por el mango para mostrarnos un mejor camino, a lo máximo que apuntan por falta de criterio e ideas, pero más para satisfacer a las mayorías mojigatas, es cerrar esos ambientes donde antes ellos mismos fueron felices y se sintieron más hombres que nunca. ¿O no, Juan? ¿O no, Pedro?
Repito: un bar es nuestra cultura, lo que hemos sido y lo que somos, y no va a cambiar mientras no se le dé al pueblo otras alternativas que no sean tan simples como cambiar y recambiar nuestras plazas y parques. Les doy un ejemplo: un hombre de familia se relaja un domingo yendo a jugar futbolito con sus amigos. Luego vienen las cervezas para refrescar el cuerpo. Y si decide parar, ¿a dónde creen ustedes que ese paiteño puede llevar a su familia? Pues a ningún sitio que no sea una picantería donde también se vende cerveza. Sí, paiteños, es nuestra realidad. Y si no te gustan los bares es porque eres una dama, o porque cambiaste de religión porque no puedes dominar solo tus demonios internos, o porque ya estás viejo y retirado de las juergas.
Los nuevos jóvenes paiteños son diferentes. Si antes nos divertíamos apretados en un tono ochentero oliendo las axilas de otros, hoy Paita tiene diferentes establecimientos donde la comodidad de una mesa, o un box, es su mejor carta de presentación. Sin embargo, se les llame como se les llame, y huelan como huelan, esos lugares bonitos cumplen la misma función, la de relajar a la gente, la de vender cerveza y la de producir borrachos. Por supuesto, en “un mejor nivel”. No obstante, existe la otra cara de la moneda que también espera ser atendida; es decir, si los pudientes pueden relajarse en lugares bonitos, pues los misios y los chuscos también tienen ese derecho en sus antros malolientes, menos costosos, pero mucho más democráticos.
INDECISA
Al final, en Paita existen hasta las “cámaras de gas”, verdaderos antros del alcoholismo y la desgracia humana que nadie cierra porque no da popularidad. Esto sin contar las famosas polladas para ayudar a un pobre enfermo, pero que también producen borrachos bullosos callejeros (todo en nombre de la solidaridad) y, además, los parques parranderos donde decenas de jóvenes hacen de ese lugar público y familiar, un verdadero chongo. ¿Alguien dijo parque del niño un sábado por la noche? ¿Alguien dijo Plaza de los tanques guarida de chamos revoltosos? ¿Y quién fiscaliza eso?
Testigo es la luna que los bares, en mi época de niño, eran cuadriláteros de boxeo. En el Tropical, por ejemplo, un bar que se ubicaba entre el zanjón y la calle Zepita del puerto, mis amigos y yo esperábamos ansiosos desde la calle a que uno de los borrachos se parara para golpear al otro. Era cuestión de esperar para entretenerse con esas escenas. Por supuesto que eso era parte del machismo de la época, donde a puño limpio uno demostraba que era “superior” al otro. Pero los bravos de hoy lo solucionan con cuchillos y hasta con pistolas. Eso hay que fiscalizar y exigir para que se evite.
He ahí lo que hay que cambiar y cuidar, que los bares no se conviertan en centros de reunión de delincuentes de alto vuelo capaces de sacar un arma. Hay que fiscalizar y hacer normas para que estos negocios se mantengan limpios de hombres armados, como se hace en las diferentes instituciones públicas, por ejemplo, donde te piden tus documentos personales y te pasan un detector para saber que no escondes un arma.
Hay que exigir que se respeten los horarios; hay que fiscalizar la limpieza, la bulla, los olores, el desfogue de sus desperdicios. Al final, es la municipalidad la que entrega las licencias. Un bar es una mala necesidad, pero necesidad del ser humano al fin. Un bar es libertad donde puedes ir tú, yo, él y todos juntos a pasar un rato y olvidar tal o cual desgracia, y más en un lugar llamado Paita donde la máxima expresión de felicidad y relajo se llama futbolito dominguero que, al final, produce tanta sed que es imposible no asistir después a un bar a tomarse unas cervezas. Dentro, ya de pende de cada uno y su educación cómo se comporta.
Yo quisiera escuchar qué le brinda la autoridad de turno a un paiteño a cambio de asistir a un bar. Qué, cómo y dónde puede asistir para que se relaje. ¿O es que solo tenemos que esperar las yunzas callejeras para beber cervezas? En serio, ¿por qué beber en un bar es malo y beber en la calle es cultura popular?
Al final, los malos hombres que deberían desaparecer de la faz de la tierra casi nunca asisten a bares de mala muerte. Tal vez sean de buenos gustos y de exclusividades; o a lo mejor saben que ningún borrachoso por más delirante que esté, jamás les dirá que son queridos y buenas personas. Es que el borracho de los bares será chusco, inculto, pero “siempre dice la verdad”.
En serio, señores autoridades, qué hay de bueno en Paita como para no entrar a un bar.
Aunque suene a defensor de la mugre en este escrito, por favor, díganme qué hay de bueno en esta tierra, dónde voy, cómo me relajo, a dónde llevo a mi familia que no huela a cerveza.
Dónde…