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    Febrero 18, 20237 Mins Read

    “Testigo es la luna” Tengo agua, soy afortunado

    Ricardo Espinoza RumichePor Ricardo Espinoza Rumiche

    Somos afortunados en este desierto norteño que hoy quema como horno de panadería. Tenemos agua todos los días, pero el vecino de enfrente se desespera y grita en sus redes sociales buscando auxilio, buscando una gota que lo salve de esta sequía que le está secando el alma. Parece odiarnos a diario al vernos refrescar tres arbolitos suertudos que crecieron en nuestra frontera y que jamás serán las víctimas de las yunzas. A veces siento que me va a disparar, que me va a lanzar una bomba, o lo que es más peligroso para Dorisita, mi mujer, que nos va a arrojar un conjuro maléfico que rompa nuestra suerte con el líquido elemento.

    “A mí que me falte la luz, pero nunca el agua”, dice Dorisita. “A mí que me falte todo, menos tú”, pienso yo en silencio. Sigo con los estragos del 14 de febrero, el día que todos recuerdan que existe el amor. Ja. Ja. Otra vez Ja. A mí con romanticismos de un solo día; a mí con flores que se marchitan al día siguiente. A mí regálenme un libro o una empanada de carne. Siempre he creído que las empanadas son como los libros de misteriosas: nunca sabes con lo que te vas a encontrar adentro. Además, los románticos de mi grupo son los más jugadores que conozco, los que reparten jardines enteros a sus amantes cada 14 de febrero.  Repito: los románticos no me convencen, aunque los vea arrodillados frente a su víctima de turno.

    Para mí las flores son bellas en las fronteras de las casas, en cada jardín, reemplazando el desmonte y para maquillar las miserias de las calles. Para mí regalar flores son la mentira más grande de la humanidad y yo no regalo flores porque no tengo mentiras qué arreglar. A mí denme un abrazo o una sonrisa que es más que suficiente para seguir creyendo… A mí denme agua, carajo, que sin ella es como estar sin mujer que te desee, sin libros que te enamoren y sin empanadas qué disfrutar en una tarde cualquiera.

    Las flores no duran, al día siguiente son menos hermosas y todas terminan en el carro de la basura. Yo prefiero mil veces – como dice la canción – dejar y que me dejen un beso que me dure hasta el lunes, uno rico, sincero y penetrante, uno de esos besos que no se marchitan ni con el paso de los años. Después de la falta de agua, creo que el 14 de febrero es el otro ejemplo que tenemos los seres humanos para vernos tan idiotas y miserables en este mundo lleno de idiotas, pero donde sobra el arte y la creatividad.  

    Yo me baño tres veces al día, y en cada remojón siento que renazco entre los infiernos. Odio esta época, siempre la he odiado. Para mí el calor se inventó para castigarnos por todo lo malo que le hemos hecho y le seguimos haciendo a la tierra. Con el frío, te tapas y se acabó el asunto, no hay más qué decir; pero con este calor infernal, ni calato uno se soporta. Yo sufro porque sudo hasta cuando me seco después de bañarme, porque no me dan ganas de tocar a Dorisita en un mañanero con olores rancios, y aunque quisiera porque tampoco me soporta y me bota como burra al burro, pero más porque se me acaban todas las lociones que recibo tres meses antes en el día de mi cumpleaños. Gratis huelen riquísimo.

    Pero como todo no es malo en la vida, tenemos agua todos los días en nuestra casa y somos la envidia de la cuadra. Nunca antes he sentido que las vecinas me han deseado tanto como en estos tiempos. Me sonríen, me coquetean, me miran como si necesitaran con ansias prenderse de mi caño. Pero solo quieren un baldecito de agua que, quién sabe qué, necesitan de repente para hacer circular sus desperdicios.

    El agua en el puerto es oro, siempre lo ha sido, pero en estos tiempos es de mayor necesidad. La gente se gasta un dineral comprando tanques que llenan en casas vecinas para comercializar a buen postor. Hay colas inmensas de mototaxis de carga en diferentes puntos del puerto, pero nadie dice nada que, en plena sequía, algunos se vuelven platudos vendiendo algo que no les pertenece; o que nos pertenece a todos, pero que, por desgracias de arquitecturas y desniveles puedo tener yo, pero el vecino de enfrente no.

    En mi niñez -testigo es la luna- el agua para los baños la sacábamos de la playa. La teníamos a treinta metros de distancia y aprovechábamos para lanzarnos desde lo más alto del muelle. Ese era el mejor de los mandados. Hoy el puerto está inmenso, ya no hay muelle de dónde lanzarse y no dan ganas de disfrutar de esa mugre contaminada, y la playa está cada vez más lejos de la gente.

    Hoy el agua llega, o se puede almacenar, desde las cuatro de la madrugada. A todos en esta casa el ruido de la bomba nos ha cambiado los horarios. Lo bueno, que solo el vecino de enfrente nos observa, aunque amargado, lo suertudo que somos por tener agua todos los días; lo malo, que esa era la hora en que a mí me llegaban ideas para completar mis historias que algún día serán publicadas así ningún porteño las lea. La bomba me ha quitado las ideas y la imaginación porque a mí me llegaban en silencio, porque la escritura es para mí una conversación conmigo mismo, pero en silencio. Igual estoy buscando otra manera y otro horario para encontrarme con mis demonios internos. Qué importa si la mayoría de los porteños no las leen. A quién le interesa que un grupo de infelices con más agua en la cabeza que en sus casas te deje de leer.

    Antes que se acrecentara el problema, el agua llegaba después de las siete de la mañana, y en nuestra casa se formaban colas para conseguir un baldecito. Era incómodo, pero también inhumano negarles la posibilidad de obtener un salvavidas. Hubo un necesitado que hasta armó una manguera para llevarla hasta su domicilio. Fue ingenioso para algunos, pero para mí fue la conchudez más grande que tuve que callar para que no me vieran como el malo del barrio. Hoy el agua llega a las cuatro de la madrugada y solo el vecino de enfrente se ha dado cuenta que seguimos con suerte.

    Sí, hoy en día ni  ganarse la tinka es más deseado que tener agua en nuestras casas. “Los de EPS Grau se pasaron de sinvergüenzas”, ha posteado mi hermana la profesora, que vive en la zona más pipirisnai del puerto, pero que desde el mes de enero solo recibió cinco días con agua en su casa; y de los 17 días que van del mes de febrero, ni un solo día. La mujer no apesta porque compra agua, porque le sobran billetes ahora que los profesores son bien pagados. Antes daba alguito de roche ser un profesor. Hoy es otra de las suertes ser parte del magisterio. Ya reclamó, ya gritó, ya fue a las oficinas de los encargados de velar por nuestra agua, pero que solo saben cobrar lo que no consume la gente. Y ya le dijeron que espere 40 días más para que llegue su respuesta.

    ¡Por Dios! Cuarenta días más…

    Cuarenta días es toda una vida en este desierto que arde de día y de noche. Cuarenta días y cuarenta noches duró el diluvio universal, según la Biblia.

    Quién dice que no soy un hombre suertudo: tengo agua mientras mis vecinos se mueren de sed. Testigo es la luna que soy afortunado en este desierto norteño que hoy quema como horno de panadería.

    Author

    • Ricardo Espinoza Rumiche
      Ricardo Espinoza Rumiche

      Nació en Paita, en la cima de un cerro. Ha estudiado en la ex 33 donde iban los más papacitos de su época y en el Colegio San Francisco, porque no había otro. Fue judoca porque quería vengarse del muchacho que le ganaba a su hermano y también basquetbolista, porque nunca aprendió a patear la redonda. Tiene estudios superiores técnicos, pero se le extravió el cartón que lo certifica. Ha sido, entre otras cosas, pescador, camarero, estibador, mototaxista, agente de aduana, pero nunca pasador de franela. Tiene dos novelas publicadas y dos a media caña que no quiere terminar porque no saca ni para el té filtrante con su literatura. Se considera un autodidacta y un “mil oficios”. En el año 2020 publica el primer número de la revista Barlovento, pero el virus y sus amigos que nunca le compran lo obligaron a desistir de una segunda edición. En el 2021 crea este espacio virtual e intenta mostrar un lugar para todo paiteño que desee escribir. Pero nadie desea escribir y casi siempre lo mandan a bañarse. Actualmente prefiere releer sus textos inéditos antes que leer propuestas monses de candidatos monses. Es chancletero por obra divina y sueña con ser abuelo de tres lindas niñas.

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