“La mejor manera de saber si puedes confiar en alguien es confiando” … Ernest Hemingway.
Tengo varias experiencias con actores políticos locales; creo que saldría un libro de cuentos con cada uno de ellos. He escuchado, he aprendido, pero no he llegado a convencerme del todo, ¡quién sabe!, de repente el problema no es de ellos, sino mío. Debe ser un honor que alguien con aspiraciones electoreras te tenga en cuenta para planes mayores, digo yo que será para otros, porque para mí desde hace un par de elecciones ya es bastante incómodo que piensen que yo “obligatoriamente” estoy para esas cosas. Uno está para lo que quiere estar y no para lo que otros creen que puedas estar. Eso se llama libertad de decisión. Además, existe la preparación que es la clave del éxito antes que la popularidad barata de redes sociales, eso lo tengo muy claro, y el día que entre a esa palestra, me lo he prometido, ese día será el primer síntoma de que me he preparado para estarlo, no antes.
Una minivan en la puerta de mi casa
Es una manía mirar por la ventana cada vez que escuchamos un auto estacionarse en la frontera de la casa. A veces son mototaxistas que toman un descanso para contar lo ganado; otras veces es una vecina de la otra cuadra que sabrá Dios por qué no para la moto en su casa; otras, una pareja jurándose amor en una cuadra pacífica; muy pocas veces es alguien que busca mi casa. Ese día sí buscaban mi casa, me sorprendí por quién bajaba del carro, no me había avisado; tal vez para que no tuviera opción a esconderme e inventar una más de las mil razones que he dado cada vez que me buscan y no quiero ser encontrado. Pero acepté y subí, porque no había otra: Llegamos a una casa de Colán frente al mar. En otras circunstancias hubiese sido feliz tomando unas cervezas mirando la playa y disfrutando del paisaje, pero ese día solo me invitaron galletitas con mermelada. Nunca había visto esa marca del producto, estaba en otro idioma y hasta me sentí en los barcos mercantes cuando visitaba a mi tío “carenueve” cada vez que arribaba al puerto. Había gente de otro país que hacían de asesores, había gente que sabe mucho de estas cosas de las políticas, pero no estaba el candidato. Fue una especie de antesala casi necesaria donde me explicaron para qué había sido invitado. Nunca dejé de probar las galletitas con mermelada, creo que me las comí todas, no recuerdo si estaban ricas o eran los nervios de estar escuchando a personas con nada en común y con mucha más preparación que uno en esos menesteres. No me gusta estar en ambientes donde sé que no voy a estar cómodo, es como aceptar a jugar fútbol sabiendo que, en mi caso, si la pelota se va para la izquierda es más probable que la pateé para la derecha. Cuando llegó el candidato -por toda esa ceremonia que hicieron al saludarlo- sentí que estaba en la misa y debía también pararme porque había entrado el cura. Lo hice, pero para extenderle la mano. Se sentó, agradeció que aceptara la invitación y habló como todo candidato. Me aburren los candidatos, casi siempre hablan huevadas que ni ellos mismos se la creen, son como muñecos ventrílocuos que los puedes escuchar, pero que sabes que no son en verdad ellos los que han pensado la idea. Lo dejé hablar hasta que se mandó una del chavo del ocho, qué chavo, hombre, una de Kiko, el más cojudo de la vecindad. Era necesario. Era como estar aburrido en un tono de anticuados y escuchar que el DJ coloca tu canción preferida: bailé, a mi ritmo, como nadie me gana, con la verdad, con sarcasmo, pendejada y con yapa. Si alguien me quería en sus filas tenía que conocerme en vivo y en directo como me conocen mis amigos. Eso es lealtad, franqueza, lo demás es hipocresía y traición al amanecer, y yo no he sido criado para traicionar a nadie, menos para ser un triste sobón. Después que sus asesores y sus condiscípulos abogaron por él como fieles escuderos, me despedí no sin antes decir que yo solo tomaba una decisión en familia. Era mentira, yo solo quería gritarle en la cara: “fuera, mierda, no sirves y nunca aceptaría estar en tu lista, ahora devuélveme a mi casa en tu carro”, pero me aguanté porque recordé las galletitas que había invertido. Bueno, tampoco hay que ser malo con los que te tienen en cuenta en sus planes, ¿no?
Una chicha morada y una sopita
Esta vez, lo confieso, yo sí quería conocerlo. Había escuchado cosas buenas y también malas de él y quería que sus ojos me confirmaran las habladurías. Caminamos como un kilómetro para buscar un local que nos acogiera. Yo quería entrar a una cafetería, de esas que abundan en otras ciudades, como cuando he ido con mis amigos literatos para experimentar una tertulia literaria, pero en Paita solo existen las chicherías: no había. Era de tarde y todos los lugares estaban cerrados. Llegamos a una pollería que en ese tiempo también vendía menús por las mañanas. ¿Qué quieres comer?, me dijo. A mí me daba pena que el hombre gastara, un candidato sin plata y sin carro, pobre iluso, y yo tampoco tenía nada más en mis bolsillos que los dos ejemplares de mis novelas. Uno nunca debe ir con las manos vacías a un encuentro. Le obsequié mis libritos, los ojeó, sonrió. Pensé que me iba a felicitar como hacen los que nunca me compran, pero que son bien buenos felicitándome, pero no, los dejó sobre la mesa y empezó con su texto que, a leguas, era un monólogo que ya sabría Dios a cuántos más se lo había repetido. No sabía qué contestarle cuando terminó de hablar y me preguntó: qué te parece. Yo no sabía qué decirle porque había hablado técnicamente, con argumentos que solo se entienden en gestión pública. ¿Ahora entienden cuando les digo que hay que prepararse para la causa? Igual le contesté, por lógica y por imaginación. A mí la lógica y la imaginación nunca me abandonan. Insistió para comernos alguito. Yo pedí una chicha morada, no quería que gastara el pobre soñador; aunque, si me hubiese comprado mis dos ejemplares ya el hombre me estaba debiendo cincuenta soles. Él se pidió una sopita y más pena me dio su candidatura en esos instantes. En estos y en otros tiempos para ser candidato hay que ser pudiente. ¿Habrá otro loco en el mundo que tenga sueños de candidatos y no le alcance más allá que para una sopita? La hueva, compadre.
Mira mi currículo
Primera vez que entraba a su casa y veía la calle desde su balcón. Me sentí en la época de la colonia. Yo no había ido para entrevistarlo ni para que me enseñara su currículo. A mí me llegan al pincho los currículos de la gente, yo no soy un hombre de recursos humanos, a mí solo me sorprenden los que son gente, y cuando hablen conmigo los papeles se los pueden meter por “el cuuuulpa de un mal entendido…” Pero insistía. Eso de ser un hombre que escribe a muchos les hace creer que estoy en la obligación de escribir sobre sus vidas. Yo solo escribo de la gente que me impresiona, no de los que creen que impresionan a todos. Los huachafos me caen gordos. Pero fui porque el tipo se enteró que la Revista en físico necesitaba financiamiento para su primer número. Yo pensé que me iba a decir: toma, comparito, y ve con Dios. Pero no, me contó su vida el muy pendejo. Y hasta parecía que esperaba que lo aplaudiera. Bueno, hablando en serio, creo que sí saldría una buena crónica sobre su currículo, solo que a mí no me impresiona porque no me da la gana que me impresione pues, menos cuando se comprometió a pagar el anuncio y no recibí ni la tercera parte de lo que se había comprometido. “Una mierda de persona con un buen currículo”, podría titularse su escrito. Por su culpa, fue la primera vez que presté dinero a una vecina usurera que me clavó un interés desgraciado. Me jodió el muy conchadesumadre, no sé si se lo habrá hecho a otros o conmigo se inauguró de pendejo, solo sé que por él no votaría ni volvería a confiar así me regale su casa, su balcón y su apestoso currículo perforado en un folder apestoso que me recordaba las cucarachas de una madera vieja de lancha arrastrera.
Te invito una cremolada
La gente cree que es mi amigo y que yo soy parte de su mundo. Pero yo solo lo he visto un par de veces. Nunca me ha invitado para conversar, no directamente, pero una vez estuve a punto de hacerlo. No fui porque, un día antes, lo escuché en una entrevista decir que es la gente la que lo busca. Eso me causó rareza, entendí que, si iba a esa invitación a través de un intermediario, el tipo tendría la oportunidad algún día de decir: yo no lo invité, él me buscó. Eso me pareció algo conversado entre su grupo más cercano, no sé para qué, pero parecía eso gracias a sus declaraciones; entonces no fui y así acaba la historia. A veces creo que si me hubiese invitado él mismo hubiese salido algo bueno; pero, insisto, la gente cree que soy muy cercano y solo lo he visto un par de veces. Una fue en un evento deportivo, yo llegué primero, pero él se ubicó tan cerca que hasta me invitó una cremolada. La otra fue en una marcha por el agua, un simple apretón de manos, el mismo que se le puede dar a un desconocido simplemente por educación.
Una reunión por zoom y un servicio carísimo
En plena pandemia, sin pedirme permiso los muy confianzudos, caí en una reunión vía zoom. Bien bañado y bien peinado ingresé para escuchar y dar mi opinión cuando me la pidieron. Creo que ser un candidato es ser dueño de una personalidad diferente y a esta persona le falta ese cambio. El candidato sonríe todo el tiempo, es zalamero por naturaleza y siempre está hasta cuando no se espera que esté. Yo creo que a esa persona le falta desahuevarse, cambiar de actitud y abrazar a la gente así sepa que no votarán por su candidatura. Si lee esto y empieza a cambiar creo que subirá su aceptación al doble de lo que ya ha obtenido. Lo apuesto.
Lo del servicio carísimo es por otro de los candidatos, uno que me vio cara de pituco en el peor momento de mi vida. Bueno, sin exagerar, porque yo casi siempre ando en mi peor momento. Yo no entiendo por qué hay gente que cree que ser alto y usar zapatillas de basquetbolista es sinónimo de platudo. Nunca más regresé a su “chacra para comprar más camotes”, para mí es suficiente una vez y nunca hay una segunda oportunidad para causar una primera impresión. El que me quiere joder se jode, es como el del currículo mohoso ese, el estafador que me hizo endeudar, pero que se jamoneó entre sus amigos con ser auspiciador de un proyecto que no es para ganar dinero.
En fin, como les dije antes: tengo varias experiencias con actores políticos locales; creo que saldría un libro de cuentos con cada uno de ellos, serían cuentos llenos de hipocresía, falsedades, mentiras y poses extrañas, serían palabras que herirían a muchos adeptos gracias a ese amor insuperable y extraño que siempre pregonan hacia sus ídolos de barro, textos que serían afilados cuchillos que duelen, pero que no extraen ni una gota de sangre, al contrario, que despiertan.