Se acercan las elecciones municipales y todos los grupos políticos exigen y prometen un cambio de rumbo en nuestra vida política-social. Otros hablan de transformación, pero no están seguros si ambas cosas son lo mismo. Cambiar, por ejemplo, es gestionar lo mismo, pero de manera diferente; mientras que, transformar, es refundar o volver a fundar los principios que originaron nuestra existencia. Hablar de transformación es hablar de cambio de raíz.
Qué es el cambio más allá de una frase repetitiva en estas épocas de campañas. Algunos creen que el cambio está en lo generacional y exigen la muerte civil de los viejos militantes de siempre. Ya no quieren contar -como decía González Prada-: “con los hombres del pasado, esos troncos añosos y carcomidos”. Sin embargo, elogian a los viejos políticos que sí les sirvieron a sus intereses. Todos piensan en cambiar su provincia, pero pocos están conscientes de que, para eso, el cambio empieza por uno mismo. Tal vez ser consecuente con nuestra manera de pensar y actuar sea el primer paso.
Otros, afirman que el cambio es cuestión de género. “Ha llegado el momento para escoger a una dama”, dicen con ganas y convencimiento, como si fuese el sexo el órgano capaz de gobernar toda esa masa de tejido nervioso que se ocupa de las funciones cognitivas y emotivas de nuestras actividades. No, señores, el sexo no define tu capacidad. Quién les ha mentido tan feo.
Dicen que cambiar es alejarse del presente y más del pasado, todo en busca de un nuevo orden. Pero no hay cambio ni transformación que no tenga que ver con nuestras acciones, y de eso nadie habla, ¡quién sabe!, tal vez en mancha los pecados y las debilidades individuales de los que se van sumando en cada agrupación son menos visibles.
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Todos los candidatos tienen la llave de la sabiduría y el encanto oportuno cuando de postular a un cargo público se refieren. Todos hablan de cambios y transformaciones de manera superficial, como quien sabe el título de un cuento que jamás podrá escribir. Todos son la esperanza de un mejor mañana en momentos cuando hay que buscar votos de casa en casa.
Cambiar es plantear nuevos retos donde todos tenemos que ser conscientes de las prioridades. Pero en Paita, es sabido, se apoya a conveniencia porque la mayoría de los ciudadanos no ven más allá de su asentamiento humano y sus necesidades propias. El gobernante puede estar haciendo buenas cosas para el futuro de la provincia, pero si no toca el barrio nuestro, pues se convierte en lo peor que le pudo pasar a nuestra tierra. Pensamiento simple y conveniente, sin duda.
Para cambiar hay que abrir nuestras mentes y pensar en las nuevas generaciones. Paita ya no puede soportar más, por ejemplo, ese movimiento vehicular-distrital que soporta a diario: necesitamos con urgencia un terminal terrestre que ordene no solo el caos vehicular, sino también a los mismos ciudadanos que lo originan con sus apuros y preferencias.
La tugurizada ciudad es un callejón sin salida en horas puntas. No es posible que después de tantos años y tantas invasiones, la parte alta no cuente con un complejo financiero que facilite las gestiones bancarias de los ciudadanos. La misma entidad municipal no ha podido expandirse y sigue contribuyendo al desorden cuando de brindar un mejor servicio se trata el asunto.
Cambiar es, también, dejar de lado ese sentimentalismo barato de creer que todo ambulante es un emprendedor con licencia para afear nuestras áreas públicas. Paita, en gran parte, es un mugroso mercado que contribuye con esa timidez pueblerina de temer a la modernidad creyendo que sale más caro. Basta ya de tenerle pena a los que más ensucian.
El cambio o el gran cambio, como todos exigen y prometen, tiene que venir con proyectos de impacto como, por ejemplo, un moderno mercado de abastos y, sobre todo, con mano dura ante la degradación que vivimos casi a diario al observar cómo el desagüe nos convierte en víctimas de nosotros mismos. Solo por nombrar un par de ellos.
No sé si estaremos algún día preparados para una transformación, pero Paita necesita un cambio urgente, como dicen los políticos en carrera, es verdad, pero ello tiene que venir planteado y firmado en un acuerdo ante la sociedad civil en su conjunto, no en una sonrisa de campaña, y menos en un eslogan pintado en una pared cualquiera por quienes creen tener la razón y la licencia de ser los salvadores.
Estudiar los planes de gobierno de cada uno de los postulantes y comprometer públicamente a todos, debe ser el primer cambio para que no nos vuelvan a vender gato por liebre y para tener cómo reclamarles cuando se sientan cómodos en la cima. Paita ya no aguanta más experimentos, tampoco a tanto advenedizo que entra al sector público para recibir aplausos y fotos que nunca pudieron lograr por falta de talento.