La vida y el tiempo ha pasado, nos ha quitado y nos ha dado muchas cosas a todos, pero el cariño hacia nuestra profesora Elsa sigue siendo intenso
Hoy recordé mi primer día de clases, allá por 1976, cuando llegaba a la escuela de la mano de mi hermana Maty, juntas por el antiguo malecón Jorge Chávez. Yo contaba los palotes de cemento que formaban el cerco antiguo que separaba la calle de la playa, era una manía incontrolable. La directora, doña Delfina, y el portero Guerrita, nos recibían uno a uno dándonos la bienvenida. Son muy vagos los recuerdos de ese día, pero no olvido un furibundo “qué me miras”, de una niña que lloraba sentada en el suelo, y de quien me llamó tremendamente la atención un severo salpullido en bracitos y piernas.
El C.E Nacional Nuestra Señora de Lourdes, la ex 12, era una escuela estatal que promovía el fervor religioso, y cada lunes se cantaba el Himno Nacional, rezábamos un Padre Nuestro y un Ave María, y nos daban a conocer el programa de la semana. Había que ir a misa los domingos, porque la tarea de religión era llevar el resumen del capítulo y los versículos del Evangelio leído, y discutir sobre el mensaje bíblico que interpretó el sacerdote aquel día en su sermón.
Siento otra vez la sensación abrumadora de caminar sola por sus pasillos silenciosos, hasta mi aula; sí, alguna vez me hice tarde y encontré a todos en el salón de clases, pasando lista; así como también el caminar debajo de los arcos que conforman el primer piso y atravesar un patio, que en esas épocas era enorme, para llegar a unos baños de terror. No faltaba la leyenda de un fantasma, o peor, del mirón furtivo, desde unas ventanas que colindaban con la nada.
A partir del segundo año, mi hermana Maty pasó a la secundaria y me tocó caminar sola desde mi casa al colegio, a veces acompañada de alguna compañerita, con la que aprovechaba para treparnos juntas en la enorme camioneta naranja de la señora directora, ambas eran mis vecinas.
Con los días, asistir a la escuela para aprender y nutrir las mentes, guiados por nuestra señorita Elsa, se había convertido ya en una rutina agradable. Mi salón tenía grandes ventanales con rejas de fierro forjado, un lugar alegre, ventilado, siempre impecable, con mesas de colores brillantes en las que nos sentábamos ocho niños; la mía era roja; había también celeste, amarilla, azul, etc. Los colores permitían una buena organización cuando de formar grupos se trataba. Las secciones eran de 54 a 60 niños. ¿Acaso no eran heroínas nuestras profesoras de aquellas épocas?
Eran años en los que, entre tantas asignaturas, llevábamos también Educación Laboral y Educación Cívica, así como Educación por el Arte donde aprendí a tejer con palillos, a crochet, corte y confección; asimismo, cocina, y ni qué decir de la cantidad de himnos solemnes y largas poesías a los grandes héroes de la Patria que tuve que aprender. Sabíamos recitar en público, y los más osados salían al frente para soltar unos gallos. Estaba prohibido soltar la risa si el artista o grupo de artistas olvidaba una estrofa o la letra de una canción, para que no se sintiera en ridículo, cosa que siempre me ha significado hacer esfuerzos sobrehumanos. Cuántos puntos en disciplina perdí por eso.
La ex 12 es también recordar a la señora que nos vendía los dulces: “La Pascualita”, en la hora de la salida, pero también cuando nuestra profesora Elsa se descuidaba, de contrabando, por la ventana. La pascualita decía, cuando de política se hablaba en Paita, que era “carnet nro. tres de Acción Popular después de Fernando Belaúnde y don Alejandro Torres”.
Pero con nuestra maestra Elsa, aprendimos a respetar a nuestros mayores, no tomar lo ajeno, a entender qué era la honestidad, la puntualidad y, por supuesto, a estudiar siendo comprometidos y responsables para triunfar en la vida.
En esa época era muy importante la formación en el patio, poner atención, tomar distancia, quedar firmes y luego descanso, para que las profesoras pudieran pasar revista, contar sus pupilos y revisar el uso correcto del uniforme: gris topo, que llevé por 11 años de mi vida; un año del derecho y el siguiente del revés. Para fortuna de mis padres, en casa teníamos a la mejor tía abuela modista, que también confeccionaba vestidos que eran un primor para todo el vecindario, momentos que aprovechaba para hojear los figurines de Burda, para elegir los modelos y darle a la conversa con sus clientes, mientras yo cosía los vestidos de mis muñecas hechos de los retazos que ella guardaba. Son momentos que atesoro.
Los zapatos siempre se compraban en tiendas Bata, y las zapatillas blancas de lona Sinfín o de Dunlop que, si se lavaban tarde, no secaban al 100% para la clase de educación física. Mi papá varias veces las tuvo que meter en el horno porque me hacía tarde.
En 1981 culminamos el sexto grado; en el camino fuimos dejando amigos que se fueron de Paita; otros, cambiaron de escuela; unos pocos reprobaron. Elegimos por voto unánime llamarnos promoción Juan Pablo ll. Estábamos listos para la siguiente aventura escolar en un nuevo colegio.
Este último 15 de enero, 41 años después, volvimos a juntarnos en un chat grupal; unos siguen en Paita, otros, cambiaron de lugar de residencia, hay los que dejaron el Perú; pero todos juntos estábamos de nuevo gracias a la tecnología, mostrándonos emocionados de manera virtual, despertando ese cariño que parecía dormido en algún rinconcito de nuestros corazones. Volvimos a ser niños trayendo a colación tantos recuerdos de nuestra infancia. Nos dejamos envolver por la nostalgia de ver otra vez a nuestra querida Señorita Elsa, eslabón determinante en nuestras vidas.
La recordamos con tanto cariño que decidimos visitarla hoy 8 de abril, el día de su cumpleaños, para regalarle una grata sorpresa. Nos preparamos con el respectivo regalito en mano y fotos comparativas para ayudarle a recordar nuestros carachos. Le llevamos una deliciosa torta y una botella bien fresquita. Nos presentamos en su casa, cantando en su puerta, como Los Toribianitos, aunque un poco decadentes en notas musicales, además de faltos de aire en los pulmones. Los años no pasan en vano. Pero la distancia nunca fue excusa entre nosotros y coincidimos en el objetivo de hacerle sentir nuestro cariño y agradecimiento, porque los homenajes se hacen en vida.
La vimos feliz y guapa a nuestra querida Elsa, una docente de conversaciones interesantes, y, como siempre, nos aseguró que se acordaba de todos, aunque tuvimos que darle una ayudita. Somos la única promoción que tuvo a cargo de primero a sexto grado, eso nos hizo sentir que éramos aún más especiales para nuestra querida maestra.
Con el pasar de los años nos afectan los achaques y con ella el tiempo no ha hecho excepción, pero sigo viendo en mi profesora aquellos ojos inteligentes, la misma sonrisa que nos regalaba cuando nos devolvía una buena nota y el gesto adusto y un poco irónico al replicarnos las bromas de adultos diciéndonos que ya no recordaba cuando nos despertaba de un buen motazo cargadito de tiza, esa que nos lanzaba desde el pizarrón, con puntería impecable o con una suave caricia de su varilla de cedro brillante, cuando tomábamos “el otro camino”.
Sin duda, ha sido un día especial, de esos que nos ponen el corazón contento y nos remontan a varias décadas atrás. Puedo imaginar en ella la satisfacción del objetivo cumplido. Mis excompañeros son ya padres y abuelos, personas de bien, alegres, trabajadoras y generosas.
La vida y el tiempo ha pasado, nos ha quitado y nos ha dado muchas cosas a todos, pero el cariño hacia nuestra profesora Elsa sigue siendo intenso y hoy he vuelto a experimentarlo; es una sensación que está ligada al amor y que se alimenta de gestos tan simples pero bonitos, como una visita y un abrazo por el día de su cumpleaños.