Gonzalo Higueras Cortés
El concepto de “peruanidad” fue definido por Víctor Andrés Belaúnde como la síntesis de nuestras herencias indígenas e hispánicas; y con ello, decía, se confirma la verdadera preocupación que tenemos sobre el país. Belaúnde se refirió a la peruanidad con mucha pasión, como aquel sentimiento de identidad que existe entre los habitantes de los diferentes pueblos del Perú, basado en el afecto hacia sus tradiciones, la fe de su destino, el pasado y la proyección de objetivos comunes. El estudio de las etapas históricas es necesario para llegar a las conclusiones tal cual hoy se viven. Aquel sentido nos ha dado fuerza para conspirar a favor de los valores espirituales de todas las sangres del Perú.
Antes de la llegada de los españoles, los nativos vivían en un medio espiritual panteísta y con la transculturización se desarrolló una especie de desorientación religiosa, disipándose y fusionándose con el papel protagónico de la Iglesia a través de los años. Aquellos elementos religiosos, como también biológicos, económicos, estructurales, culturales… han sido en el tiempo la consecuencia del país que somos en la actualidad.
Teniendo como base el pensamiento de Belaúnde, me permito trasladar este concepto a nuestro nivel regional, aprendiendo con ello un poco y planteando sentimientos que evidentemente son parte de nuestra estructura política, y nuestra diversidad geográfica y étnica.
Piura, como historia y región, es el reflejo de aquella síntesis que habla Belaúnde: por un lado, es una región con elementos claramente mestizos; y por el otro, está integrado a las costumbres europeas, manteniéndose con aquel esplendor religioso y sentimiento ancestrales. En resumen, somos hispanos e indígenas. Los elementos de nuestra piuranidad deben conservarse como verdadero crisol, como son los valores espirituales existentes. El universo étnico piurano es uno de los elementos que debería ser nuestra fuerza y no nuestro alejamiento. Tenemos errores de concepción sobre la nueva piuranidad que comienza a tomar fuerza con el desarrollo de nuestra región; esta, es la distorsión del piurano exitoso que vive desorientado en relación con su medio ambiente. Somos una síntesis real, que se refleja en aspectos económicos y políticos, porque nuestro ancestro prehispánico continúa en el imaginario regional y nuestro desarrollo occidentalista (por muchos, llamado “modernismo”) va en paralelo con aquellos sentimientos.
Si realizamos un viaje ilusorio por las rutas interiores de nuestra piuranidad, podríamos escudriñar y revelar el nuevo rostro, desde la raíz, y, seguramente al intentarlo, escucharíamos una voz colectiva, que suena como un coro que se descubre con el rumor de nuestra garganta. En aquel viaje silencioso podríamos compartir las voces prodigiosas de los antiguos piuranos, y, sin embargo, regresaríamos a lo mismo: veríamos en cada uno de nosotros, el territorio de nuestra propia búsqueda. Muchos, como Belaúnde, han intentado ser radiólogos literarios y penetrar en la estructura interna del país. Este intento no debería ser un pensamiento irrefutable, sino, más bien, un sentimiento que privilegia un punto de vista de muchos piuranos.
Los piuranos somos por excelencia seres pasionales, y tenemos como consecuencia una coexistencia de dos Piuras bastante diferenciadas: una visible (superficial) y otra invisible (profunda). Nuestra Piura visible se refleja en nuestras ciudades principales y su desarrollo; y la invisible, en las zonas rurales y su soledad. A veces perdemos de vista la esencia del sentido de piuranidad, y aquella apariencia no corresponde a la verdad, sino que se disfraza para permanecer oculta en el sentimiento. Como decían los antiguos, “existe una gran diferencia entre el ser y parecer”. La tarea consiste, pues, en descubrir esa esencia y defenderla del contagio cruel de la soledad. La soledad nos enfrenta y permite encontrarnos con la realidad esencial, y de alguna manera, descubrir la otra Piura: aquella difícil, profunda, consistente, íntegra, la Piura invisible, la que resume los valores de la nueva piuranidad. Aquel dualismo de las dos Piuras no está en establecer una separación de áreas geográficas, otorgando a una, virtudes, y a otra, defectos. Si no, más bien, abrir el camino hacia la identificación del piurano auténtico, aquel formado e integrado por su propia naturaleza.
El piurano invisible posee una serie de virtudes. Definiría al auténtico piurano, como un hombre sin resentimientos, risueño al forastero, acogedor con generosidad, hospitalario de corazón, amigo de la naturaleza, comprometido con sus afectos sinceros, solidario hasta la privación personal, lleno de historias de sus ancestros, simple sin presumir, razonable en su bondad, templado en sus pasiones. Estas definiciones no tratan de crear una imagen estética del piurano como ideal de hombre, sino, el de avalar la nueva identidad, donde la ruptura se debe reinstalar en el alma del nuevo sentimiento piurano.
Es notable el desarrollo de Piura, “siembran” centros comerciales y adornan la ciudad con decenas de signos exteriores; sin embargo, aquel disfraz solo nos deja ver lo exterior, la actitud acostumbrada, la etiqueta falsa o la apariencia positiva. El olvido y la ceguera son males complejos en la humanidad. La Piura invisible la vamos olvidando y presentamos a la Piura visible como la auténtica.
Me gustaría terminar este pequeño viaje imaginario por las rutas interiores, teniendo presente a “Piura” como verdadero sentimiento. Alguien dijo, “no hay pensamiento sin intervención de la sensibilidad, ni sentimiento sin participación intelectual”. El legítimo punto de partida, es tener claro el pensamiento para que el sentimiento se exprese sin tropiezos. Estar dispuestos a denunciar los errores donde se crea se producen; estar atentos a las estructuras institucionales, como factores determinantes de las condiciones de vida de nuestra región, y, tener la espada desenvainada en defensa de nuestra propia identidad. Ojalá, con el tiempo, nos aproximemos a la Piura real, única, y curarnos de la ceguera, exponiendo con valentía sus contradicciones. Es momento propicio para reflexionar, y en nuestra búsqueda, plantear una nueva visión de “piuranidad”.