Yo tenía veinte años de edad cuando un dirigente deportivo paiteño entró al camerino de la selección de Paita para decirnos que, en esta final, íbamos a ser reforzados por dos tumbesinos. Los chicos eran altos, mucho más altos que yo que era el más alto del grupo. El coliseo estaba lleno y yo estaba tranquilo y seguro de hacer un buen papel porque todos habíamos entrenado muy duro para esa noche. Pero esa noticia me desarmó en segundos. Estaba mi padre en las gradas que no asistía hacía muchos años a ver un partido de la selección que muchos años antes había defendido y yo decidí retirarme del equipo para que nadie dijera que había criado a un pobre y triste huevón que se dejaba imponer miedos e inseguridades. No me parecía justo, y hasta el día de hoy me parece una falta de respeto que jamás aceptaré. No acepté la imposición porque Paita tenía una historia hermosa y nadie me iba a obligar a hacer ese triste papel siendo reforzado por dos jovencitos que habían sido eliminados la noche anterior. Devolví el uniforme, me fui del camerino y del coliseo y hasta el día de hoy siento que hice lo correcto.
Hay muchos paiteños que no se tienen confianza y que tampoco confían en el resto. El miedo los vuelve sumisos, se rinden ante otros antes que confiar en sí mismos.
Cuando me uní al grupo que organizó la primera Feria del libro de Paita, por ejemplo, lo hice porque era un proyecto netamente paiteño, y porque confío en la gente de mi tierra, porque creo que debemos despejarnos de esas imágenes tontas de creer que necesitamos que vengan de otras ciudades a gobernarnos e imponernos sus gustos. Yo estaba feliz porque, por fin, habíamos dejado esa enseñanza con la organización de la primera Feria. Paita había dado un gran primer paso. Con la FLAP le estábamos diciendo al Perú entero que Paita sí era capaz de hacer cosas buenas.
Lamentablemente, hoy oficialmente retrocedemos dos. Hoy se anuncia que nuestra Feria, en su segunda edición, vuelve a ser organizada por dos grupos de piuranos. Y se hace con bombos y platillos, y no en nuestra ciudad, sino en el mismo Piura porque nuestra autoridad cree que, además de incapaces, somos invisibles, minúsculos, un pueblo escondido en la nada.
Hace poco celebrábamos el día de la dignidad paiteña (tremendo chiste), hoy volvemos a hacer el ridículo sometiendo nuestro puerto a otros que creemos superiores.
Hoy han vuelto a ganar los inseguros, los mediocres, los que necesitan que les hagan la plana. Hoy somos otra vez una vergüenza a nivel nacional. Hoy otra vez nos faltan el respeto quienes tienen la misión de protegernos y engrandecernos. Hoy, al igual que en ese coliseo, otra vez me separo de la mugre, de los idiotas, de los mamarrachentos, de los que ignoran que vivir en libertad y lejos de la sumisión es el mayor placer de la vida.
Por qué siempre nos toca lo peor, paiteños.
