Por María del Carmen Noblecilla Atkins
Contigo escribiría cuentos dramáticos por las veces que te ganó la melancolía y la desazón, pero más, las historias alegres para contagiar al mundo con tu personalidad.
Querido Antxon, hoy, a un año de tu partida, no hablaré de tu muerte porque los amigos como tú nunca mueren. A mí me basta cerrar los ojos para verte radiante, bello como nadie y para admirar, como siempre admiré, tu elegancia, esa elegancia natural que heredaste tal vez de la tierra de tus ancestros, así tan de príncipe y tan de personaje de cuento que ya quisiéramos saber imitar, cualidades tuyas que conquistaron para siempre nuestros corazones.
Hablar de ti, querido Antxon, es hablar de un hermano mayor, tan servicial y responsable, que vivió siempre comprometido con su trabajo. Es que enarbolaste la bandera de SEAFROST con tanto orgullo que nos hiciste destacar en la región gracias al modelo de comedor que implementaste en ambas fábricas, cuando asumiste como concesionario.
“¡Qué nervios, Maricarmen!”, me decías cuando fuiste a hablar por primera vez con Tony, “Tú, que eras bien buena, Maricarmen, dimeeeeee, qué me va a deciiirrrrrr…”, me decías, y reíamos como niños y como casi siempre reíamos porque la felicidad que irradiabas estaba hecha para ser compartida. Qué suerte la mía, ¿no? Es que verte llegar era un momento tan mágico que yo siempre imaginaba que bailarías flamenco.
Tu sensibilidad de poeta te hizo amar la naturaleza, la música y la propia poesía con la que tantas veces nos hiciste soñar. Cuestión de genes, diría yo porque mi padre me contó que don Antonio y la tía Ana Mary eran una pareja colosal, las almas de las fiestas cuando ella recitaba o cantaba y él imitaba acordes de una guitarra envolviendo a todos en un resultado contagioso y genial.
Amaste tanto a nuestra Paita, querido Antxon, que la soñabas recuperando su belleza, encanto y señorío. Y vaya que trabajaste para eso con tu arte, desde niño y desde siempre cuando declamabas y más cuando escribías. Soy testigo de que no habrías podido vivir lejos de Paita, de su mar y de su gente.
Fuiste un eterno embajador de tu tierra y también de tu entrañable San Sebastián.
Imposible olvidar tu felicidad cuando aprobamos las auditorías para obtener las certificaciones internacionales y es que el jefe nos daría chocolate espeso si la calificación fuera regular, ni que decir si nos jalaran, ahí el chocolate nos lo repartiría con panetón. Eras consciente que se tenía que dar siempre más y no bajar la guardia nunca.
Me encantaba cuando improvisabas un discurso impecable que culminaba regalando, o un buen consejo o un exacto reproche cuando era necesario. Tengo acuñada en las neuronas tu frase, querido Antxon: “Maricarmen, ahora tú vas allá y le llamas por teléfono y con esa cólera que te he hecho dar, le dices la viiiiiida”.
Solías decirme: te conozco desde que estabas en la panza de “la Elena”.
Cuántas tertulias tuvimos, querido Antxon, que me encantaría escribir un libro solo y únicamente para poder leerlo mil veces y para volver a ser feliz a tu lado.
Contigo escribiría cuentos dramáticos por las veces que te ganó la melancolía y la desazón, pero más, las historias alegres para contagiar al mundo con tu personalidad.
Nadie como tú para decirme: Hola, guapísima… Que guapa estás hoy. Aunque el espejo dijera lo contrario. Para qué más con amigos como tú, querido Antxon.
Tus amigos como yo damos fe de tu vocación de servicio y que te involucraste en política para acceder a las ligas mayores, para intentar que tus propuestas comerciales tuvieran buen puerto.
Fuiste reelegido Presidente del directorio del ZED Paita gracias a tus dones profesionales y de gente. Eras un capo en lo que te comprometías y los que te conocimos estamos en deuda para contarle al mundo la verdad de tus logros.
Dicen que reírse de uno mismo, es haber aprendido todo de la vida, y tú, querido Anchón eras un alma vieja y empática que reservaba ese espacio especial para disfrutar también de su soledad.
Siempre tan generoso, siempre solidario con los necesitados. Nadie como tú para recordar nombres, historias de gente de épocas pasadas, de cumpleaños, de aniversarios… Hacías de todo acontecimiento un motivo para celebrar, y te aparecías con un regalo primoroso, con un postre, una pizza o una lasagna hechas por ti. Tus recetas, tu tesoro! “Te lo he hecho como lo hacía mi mamá, esto lo aprendí de tu madre y de tal y cual” – me decías. Y te parabas a mirarnos para que te dijéramos qué tal te había quedado, así no podíamos decirte nunca si acaso le faltaba algo.
Allí estás en mi casa viviendo, querido Antxon, y no te irás porque los cuadros y las cosas lindas que me obsequiaste tan cariñosamente, me regresan tu sonrisa. Muero de nostalgia al verlas. Y soy feliz recordándote tan cerca.
Cómo olvidar la presentación de tu libro “La Música lo es todo”, que habías postergado tanto, pero que, afortunadamente y con gran satisfacción, coincidió con la celebración de tus 60 años, día redondo donde nos mostraste al verdadero artista que llevas dentro.
Dejaste tu alma en ese libro, querido Antxon. Lo leo y siento que converso contigo. Debe ser porque cuando tú te comunicabas con los amigos hablabas con el alma, tus ojos nos lo decía, y tu alma, querido Antxon, me besa siempre con tus recuerdos.
Hasta siempre querido amigo.
Que el mar te brinde la libertad que siempre pregonaste.