El realismo que proyectan sus textos no puede estar desligado de la profundidad con que vivió su existencia. Podemos encontrar en cada etapa de la vida de Ribeyro una visión inusitada de su realidad y de la Lima que percibió aún estando lejos.
Quienes hemos tenido la suerte de leer sus textos y vivido su desnudez en su obra personal, como sus diarios y cartas, hemos conocido una parte del autor que apunta a su infinita sensibilidad.
Reservado, observador, profundo, tímido, generoso, pródigo, bohemio, perfil bajo, brillante, sensible y más. Ribeyro inspira al lector de pie y sus historias son capaces de penetrar en el lector más exigente, pues cada palabra está el lugar exacto.
Ribeyro, quien tuvo una muerte dolorosa y triste, se entregó íntegramente a su vocación de escritor sorteando las peripecias del fracaso, el abandono y el desaliento en reiteradas oportunidades. Sus amigos más cercanos veían en él a un tipo sencillo pero con un talento formidable. Esto se puede saber aún más en el último libro de Jorge Coahuila. “Ribeyro, una vida” donde la evolución del autor es notable.
Ya en el ocaso de su vida, esperaba, como toda alma libre, vivir cómodo en el ideal de un sexagenario: escribiendo, con una vista al infinito mar que tanto le gustaba, y como sus personajes, encontrando en la cotidianidad de una Lima que siempre está cambiando, un motivo para escribir. Por ahí se dejaba ver en el malecón y pisaba aún con la salud debilitada los bares barranquinos.
Cuántos cumpleaños pasó Ribeyro en familia, rodeado de amigos, e incluso solo o acompañado de su gato y una buena botella de vino.
Julio Ramón Ribeyro es la voz de los que no tienen voz, de personajes de carne y hueso como tú y como yo.También es el patrón de este blog pues mi voluntad de escribir nace y se acrecienta cada vez que leo un texto suyo.
Por eso, permíteme, flaco lindo, en este día (aún si nunca pude conocerte en persona) elogiar y agradecer el infinito placer de leerte.
En mis sueños más ilusos me veo jamás emulándote, solo elogiándote y difundiendo tu obra porque despertaste en mi la vocación de escribir.
Cada escritor tiene la cara de su obra, solías decir. Ambos, a veces, aparecemos con caritas de cojudos.
Pero ni tú eres cojudo, ni yo soy escritor.
Si llegase a serlo algún día, definitivamente tu influencia marcada estará.