Ha pasado un poco menos de tres años desde que se dio a conocer el primer caso de COVID-19 en el país. Recordemos las primeras imágenes que nos llegaron desde el país vecino Ecuador, y específicamente de la ciudad de Guayaquil, donde algunas personas fallecían en plena vía pública. Lo dramático de lo que se vivía nos impactó, sin lugar a dudas, y el aislamiento que tuvimos que sobrellevar, esas medidas draconianas para limitar la movilidad en el país, no tenían precedente. Muchos de nuestros pescadores esquivaron estas medidas viajando vía marítima de forma subrepticia. La desinformación y el poco conocimiento del virus disparó un sinnúmero de teorías y conspiraciones, y nuestra comunidad no fue ajena a ese fenómeno.
Cuando los primeros estragos se hicieron presentes, así como la desaparición de muchos paiteños por este virus, la solidaridad no se hizo esperar, lo mismo que los “negacionistas”. Fue en esos días que se me invitó a participar de una cruzada para apoyar, si se quiere usar el término, para canalizar ayuda para paliar este flagelo. Bajo esta premisa, entendí que se formó “Fuerza Paita”; y, a la sombra de una acción loable, es que me sumé a ese movimiento que, se suponía, altruista y desinteresado. Esa fue mi condición para colaborar, que no tuviera ningún indicio o asomo siquiera a intereses políticos camuflados de ayuda humanitaria.
Será que el ser humano se despoja de toda malicia para ayudar al prójimo, pero otros lamentablemente toman esa precaria ingenuidad para usarla para todo lo contrario, para obtener réditos políticos de este tema tan delicado, y es que el asistencialismo es una línea muy tenue y difusa, lo que justamente es aprovechado por ciertos políticos porteños para predar.
Vi a muchas personas participar activamente en este grupo; muchos lo hicieron de buena fe; otros, simplemente pululaban, y su participación era consistente con sus posturas políticas y no en el interés público desinteresado. Muchas controversias se dieron a lo interno por tratar de mantener una línea clara, y que lo cristalino de la ayuda no se mezclara para que no se enturbiara con los intereses particulares o políticos, tarea por más difícil cuando la mezquindad de un arribismo político se trata de imponer, sobre todo.
Este servidor en un momento decide dejar ese grupo al no solo percibir, sino comprobar el manoseo político que se hizo de lo que, supuestamente, era en un principio la unión de la sociedad civil en tratar de subsanar las urgencias del momento. Recuerdo muy claramente la enconada lucha por el protagonismo entre la administración de Alvarado Alayo y la dirigencia de Fuerza Paita, por ganar réditos en la desinfección de las calles, tema del que fui adversario porque siempre lo consideré un efecto placebo y efectista. La pugna que existió en esos días no se puede negar, fue dañina, infértil, fútil.
La participación de innumerables personajes del ámbito político era inevitable, y lo curioso, por no decir lo triste, es que muchos usaban los canales internos de comunicación para recoger insumos, como dije al principio, a sus posturas políticas, personajes subordinados de la administración de Dioses Guzmán, topos del entorno de Alvarado Alayo y correveidiles propios del zoológico proselitista paiteño, sin aportes reales más que el “figuretismo” más rancio y el chisme como una herramienta muy usada en los políticos “wannabe”.
Cuando tomé la decisión de apartarme, “ninguno” de los dirigentes -y hago énfasis en la palabra, ninguno- siquiera cuestionó esa decisión. Deduzco que les resultaba sumamente incómoda mi posición de evitar el manoseo que señalé anteriormente; sin embargo, y para hacer justicia, debo reconocer que la única persona que realmente mostró extrañeza por esta decisión fue el señor Luis Antonio Bodero, a quien agradecí su genuino interés por intentar que reconsiderara mi decisión; pero cuando los que se dicen apoyarte, en algo guardan silencio. El mensaje se entiende y hay que saber hacerse a un lado.
¿Quién ganó? Sin duda aquellos que convirtieron la cruzada solidaria en una catapulta política. Buena suerte en sus proyectos. Lástima el método sigiloso que utilizaron, lástima el interés soslayado que los alimenta.
Las aspiraciones políticas son un derecho protegido por la constitución, pero la forma o las intenciones de éstas deberían siempre estar sustentadas en el apoyo fidedigno de una comunidad ansiosa de encontrar eco en un proyecto político que represente y haga realidad sus anhelos como ciudadano, y no basado en el ego y las alabanzas de los ayayeros que convierten a un personaje medianamente conocido en el mesías local.
No nos asombremos entonces si estos personajes se están preparando con la ayuda de sus adláteres y/o lame suelas, muy frecuentes y funcionales en el entorno local, para una eventual incursión en la arena política allende las fronteras provinciales. Advertidos están.
En resumen: la realidad nos ha mostrado cómo el encumbramiento forzado de personajes advenedizos ha desembocado en muchos de los males que vive el Paita actual, y los paiteños estamos hartos y no necesitamos ni placebos ni cebo de culebra que nos engañen. Necesitamos nuevas formas de hacer política, de la mano de políticos claros, transparentes y, sobre todo, que puedan interpretar de manera genuina las necesidades y falencias de nuestra comunidad.