Los 70
Cursaba mi segundo año en el alma mater de Paita, el Colegio Nacional San Francisco, ese histórico colegio creado a raíz de los buenos oficios de Don Luciano Castillo, en 1936, pero que empezó su funcionamiento hasta abril de 1944. Su primer local estuvo ubicado diagonal a la plazuela Bolognesi, donde se realizaban las formaciones de los alumnos. En un principio era un colegio mixto; con el tiempo y en el año 1966 pasó a un nuevo local colindante con el Mercado Modelo de Paita, el cual fue inaugurado en 1963 y, posteriormente, las mujeres se escindieron en un colegio propio como lo es en la actualidad el Colegio de nuestra Señora de las Mercedes.
Era el año 1970 y el entonces director de nuestro centro educativo era originario del Cuzco. Si no me equivoco, su nombre era Alex Miranda Cárdenas. Dicen que las malas impresiones siempre se quedan grabadas en la memoria. Recuerdo con claridad su mote, le llamaban a “sotto voce” el “borrao”. Tenía un auto francés Renault color blanco; se veía una persona desprolija y algo tosco para su cargo, lo que acentuaba la tirria que algunos le teníamos. Si lo poníamos a la par de la figura de don Julio Alarcón, un director que lo precedió, pero con una personalidad diametralmente opuesta, una persona ilustrada, todo un caballero.
Aún usábamos en esa época el uniforme color caqui; excepto la corbata, las galoneras habían pasado del color azul de la primaria a un prestigioso color rojo de la secundaria; las cristinas con un círculo del mismo color nos daban un estatus que no iba de la mano para lo pequeños que éramos.
No voy a referirme a ese período de estudios, pues, realmente fue muy corto; eran apenas los primeros días de abril, mi padre había llegado desde Lima en un flamante Ford Taunus blanco del año, ingresó al colegio y se estacionó al lado de la dirección, preguntó por mí. Su llegada fue de sorpresa; mientras me llamaban al salón de clases, entabló conversación con el director. El tema: sus respectivos autos. Mi padre presumía de su motor y la cubierta total de brea del capó. “El borrao” se inclinaba, miraba, asentía, miraba su pequeño auto y proseguía la conversación.
Mi padre quien se había separado de mi madre ya hacía un tiempo regular, era la figura lejana pero siempre admirada por mí. Se acercó y me abrazó. Siempre había tenido la costumbre de besar a mis padres, abuelos y familiares; mis hijos en la actualidad lo hacen conmigo. Nitto tenía aún los brazos fornidos heredados de incontables viajes en los barcos cañeros, usaba un sombrero de paja y exudaba seguridad:
-¡Hola, hijito!
-¡Hola, papá! Más con asombro que con cariño por la presencia imprevista.
-¿Cuándo llegaste?
-Recién, hoy, recogemos algo de tu ropa y nos vamos a Piura donde tu tía Zina, te vienes a Lima conmigo.
-¡No entiendo papá! ¿Cuándo llegaste?
-¡Hoy mismo! Me he venido manejando desde Lima sin parar; a veces medio que me cabeceaba del sueño, pero me metía en algún restaurante, mojaba una toalla y me la arrollaba en la cabeza y aquí estoy, ¡apenas he dormido!
Mientras tanto, Carmela Castillo, quien era secretaria y amiga de juventud de mi padre, hacía los arreglos de los documentos para transferirme a Lima. Todo estaba consumado. Al día siguiente me despedí de mis abuelos, de mi madre, de mis hermanos y pusimos rumbo a Piura.
Mi primo Guillermo Gallup, hijo de mi tía Angélica Ferré, era estudiante de la facultad de Agronomía y, aprovechando el viaje de vuelta de mi padre, nos acompañaría. Mi padre era un consumado conductor, después de dejar Piura muy temprano, no nos detuvimos sino hasta la ciudad de Trujillo que nos estacionamos y estiramos las entumecidas extremidades en la inmensa Plaza de Armas del lugar. Después de las fotos de rigor, continuamos. De allí ya no nos detuvimos hasta Chaclacayo, donde vivía Guillermo y donde sería también mi hogar por los próximos dos años. En mayo cumpliría apenas los 12 años y empezaría mi segundo año de secundaria, en un ambiente lejano y nuevo para mí.
Chaclacayo
Este distrito que se encuentra a más o menos unos 27 km de la ciudad capital, está situado entre los cerros del lado sur que siguen el curso del río Rímac. Tiene un clima excepcional si lo comparamos con el horrendo y gris que tiene Lima, una de las razones por las cuales muchos estudiantes de clases pudientes pero afectados por el asma u otra enfermedad a los cuales el clima pernicioso de la capital afectaba, buscaban refugio en los internados de los diferentes colegios en ese distrito.
Mi prima “Lica” era secretaria en el colegio Winnetka. Era un colegio que recibía estudiantes de clases adineradas en el modo de internos. Yo era cuarto interno; es decir, entraba en la mañana, almorzaba y salía al promediar las 4 pm.
No, mi familia no era adinerada, creo que mi padre había recibido una pequeña herencia, así que decidió matricularme en él. La pensión no era exorbitante en esos tiempos. Pasaba toda la semana en Chaclacayo y los sábados por la mañana mi padre subía al distrito a recogerme; pasábamos los fines de semana juntos.
Al llegar al colegio en mención, donde se había iniciado unos días antes el periodo escolar, asistí el primer día con un pantalón largo color café oscuro y una camisa blanca hasta que adquiriera el uniforme oficial. Me presentó el jefe de normas educativas, el Sr. Dolorier, quien usaba camisa blanca, manga corta en verano; pero en invierno le agregaba un pulóver color vino; siempre con corbata. Era algo rechoncho, de risa fácil y ojos entrecerrados, pero que no nos llamara a engaño, cuando era necesario, no pedía permiso para una regañada, se movía activamente entre el patio y las aulas de secundaria en el segundo piso. La puerta de cada salón contaba con una mirilla desde la cual el auxiliar observaba cual carcelero el comportamiento de los alumnos. A cada estudiante nos asignaban un puntaje para la semana. Si te descontaban esos puntos eras sujeto de asistir los sábados a ejercicios forzados para “enderezarte”: 20 vueltas a la cancha, ranas, planchas etc. ¡Yo fui premiado un par de veces!
Mi tía Angélica trabajaba en la Municipalidad de Chaclacayo, fumadora empedernida, quedó viuda muy joven y con 6 hijos. Tenía en su rostro un gesto de tristeza difícil de esconder, sabía sonreír cuando la ocasión lo requería. Mi padre que era su primo hermano la llamaba cariñosamente “Negra”, sin dejar el cigarrillo; su pasatiempo era jugar naipes, no recuerdo qué juego, si era canasta o Telefunken. Se sentaba junto a mi prima Silvia. Su novio entonces Jorge“Coco” Petterson. A veces se les unía “Lica” y Gino sus hermanos, César había fallecido unos años atrás en un lamentable accidente, un conductor desalmado le arrebató la vida y solo aumentó más la carga de dolor de mi sufrida tía.
Cuando pisé el aula y me presentaron, me sentía sumamente cohibido; se podía notar la mirada escrutadora de algunos, y la empatía de los más pequeños como yo. Una vez que Dolorier cerró la puerta detrás mío, me quedé como inmóvil en el umbral del salón; éste era amplio, luminoso, limpio y cada alumno tenía su propia carpeta. Éramos 22 o 23 solamente en el segundo año de secundaria del Winnetka, seguía cabizbajo y se me acercó un muchacho de mejillas encendidas. Dicen que es una condición llamada cuperosis esas chapas, Madueño era el compañero de pelo crespo y flequillo y vestía como todos el uniforme, traje verde oscuro, camisa y pantalón; me pasó el brazo por encima del hombro y de manera amistosa me preguntó:
-¿Cómo te apellidas?
-¡Morello!, respondí casi susurrando
-¿De dónde eres?
-¡De Paita!
-¿De Paita?, giró y, dirigiéndose a los demás, dijo: es de Paita ¡guá!, insistió a modo de chanza. Todos rieron.
-Entra, siéntate, el resto murmuraba, entonces el profesor pidió silencio.
– A ver Ponce…Ponceee! y elevó la voz como un rugido, el salón hizo silencio.
-A ver, ¿o te comportas o sales de aquí?, mientras golpeaba con fuerza el escritorio con una carpeta de documentos. Ya me tienes hartooo. Nadie se movía. Miré alrededor con absoluto asombro: a mi derecha se sentaba Tafur, que sería mi compañero por dos años. Era de mi edad, pequeño tal como yo y de carácter algo lento, o debería decir pausado. Con el tiempo me daría cuenta de que era más rápido que una bala.
El componente o extracto social de los alumnos en la superficie no se notaba. A través del año escolar descubriría las diferencias que se daban en el ambiente escolar en la cúspide de la generación hippie, en el apogeo del rock, la marihuana, de los Traffic Sound y de la pituquería limeña.
El colegio tenía tres modos de alumnos: internos, cuarto internos y externos.
Internos: usualmente hijos de familias pudientes que más allá de las bondades pedagógicas “per se” que encontraban en el colegio, lo buscaban porque podían disfrutar de un clima idóneo y favorable a sus enfermedades bronquiales o el asma, o sea…¡Con plata pero chaquetas!
Cuarto internos: no éramos muchos, no éramos pudientes sino que aprovechábamos la conveniencia de almorzar en el colegio al medio día y nos ahorrábamos el salir y regresar en la tarde, imagino que algo de dinero tenía mi padre, de manera circunstancial, la pensión no era excesiva y la podía pagar.
Externos: casi todos de Chaclacayo, vivían en los alrededores, salían a sus casas a almorzar, algunos pocos venían desde Chosica como Prentice, por otro lado Rovira y Pizarro eran externos y eran de los que más sufrían de acoso, miro atrás y siento vergüenza que hayan pasado y soportado todos los vejámenes por un grupo de imbéciles con plata.
Al terminar mi primera semana, llegó el sábado por la mañana y mi padre viajó los 27 km de distancia entre Lima y el edificio de Los Ángeles para recogerme, al dejar atrás Chaclacayo, justo antes de ingresar al puente Ricardo Palma sobre el Rimac uno tenía que desviarse a la derecha como dirigiéndose a Los Cóndores, en esos tempranos días de los 70 lugar de residencia del conocido Kiko Ledgard, al doblar a la derecha enderezábamos a la izquierda y por un perfecto camino pavimentado pasábamos a derecha e izquierda de elegantes casas o villas, al final del camino en un “cul de sac” se encontraba imponente el edificio de Los Ángeles, de un estilo campestre europeo, apartamentos de grandes ventanales en un primer piso, con un inmenso y bien cuidado jardín al centro del hermoso recinto, en él vivían jóvenes parejas, artistas u ocasionalmente familias tradicionales que solían pasar el fin de semana disfrutando el saludable sol de Chaclacayo.
Mi tía ocupaba un pequeño departamento en el segundo piso que dominaba desde el balcón el hermoso jardín central del edificio, en ese apartamento yo dormía en una pequeña habitación que técnicamente casi era una buhardilla a la que se accedía por una estrecha escalera de caracol, arriba una cama tipo camarote, en el segundo nivel dormía mi primo Hilton Sáenz, quien también estudiaba en el mismo colegio y con quien compartía la habitación, a mí no me incomodaba la pequeñez de esta, pero si el humo y picazón que producía el hollín de una destartalada cocinilla de kerosene, cuando cocinaban, el humo nos atosigaba sin piedad.
Yo era feliz viajando con mi padre, él, parecía conocer todo Lima a la perfección, salíamos a comer, de compras, a visitar museos etc.
Siendo sábado y en la semana posterior a mi incorporación al colegio fuimos a la tienda Anchor a comprar el uniforme de diario, era obligatorio usar el uniforme verde oscuro, camisa y pantalón, la camisa tenía en el lado izquierdo un bolsillo solo con compartimentos para bolígrafos, el pantalón no tenía bolsillos delanteros, según el Dr. Antonio Arenas el propietario y director de la institución se veía muy mal observar a un muchacho con las manos dentro de los bolsillos del pantalón, así que decidió eliminarlos, este uniforme solo se usaba de martes a viernes, pues el lunes se asistía con el de gala que era saco azul marino, corbata rojo vino, camisa blanca, pantalón gris de lanilla, zapatos negros.
El sistema educativo en el colegio particular era innovador pero no descuidaban la disciplina, como cuarto interno me asignaban 20 puntos en materia de conducta que tenía que conservar como oro si no era candidato al castigo, un día me excedí y perdí los que me otorgaron, en mi libreta tenía anotado una cita para el sábado, eso quería decir que no podría ir a Lima.
Tomé el bus por la mañana y me dejó en el centro de Chaclacayo, muy cerca de la Municipalidad, crucé la carretera central, camine un par de cuadras e ingresé por la parte posterior del colegio, en el patio principal nos congregamos los castigados, de diferentes secciones, internos, cuarto internos y externos, nos sentamos en las gradas de la cancha de fulbito, Dolorier dominaba la escena como en un concierto.
-¡Buenos días, caballeros, veo que les encanta el colegio como para venir un sábado!
-Vamos a ver que tenemos por aquí! …mm Morello ¿Qué te pasó?, ¿Primera vez?
-Si contesté y puse mi cara de cojudo y desvalido, es que hice una broma pero el profesor Huapaya la tomó a mal, se molestó…mm no sé mmm…y me quitó cinco puntos.
-¿Asiiii? y arrastró la pregunta adrede
-¿O sea Huapaya es malo y te quitó los cinco puntos? Ah ya… alinéate con los demás carajo! casi no se le veían los ojos, esa manera peculiar de fruncir el ceño, como si le pegara el sol de frente, se sonreía pero no era una sonrisa de maldad, sino una sonrisa irónica como diciendo en silencio: Imbéciles!
-¡Vamos a empezar, a ver, a la cancha de fútbol 20 vueltas sin parar! No era muy grande quizás unos 50 metros de largo, empezamos con bríos pero a la décima vuelta los brazos ya colgaban, el paso cadencioso del principio era irregular, en algún momento empecé a jadear…los que venían detrás de mí me sobrepasaron.
-Morellooo! vamos, vamos!…terminé de último, caminé hasta las gradas de la cancha de fulbito, me senté y hundí la cabeza entre mis piernas, respiré hondo, jadeaba, sudaba, exhausto nos dio unos minutos de descanso, solo unos minutos.
-A ver, ¡Seguimoos!, vamos a hacer ranas ida y vuelta el ancho de esta cancha y la de básquetbol, hagamos series de cinco hasta completar 20, empecemos ya!
Mi padre llegó como cada sábado a recogerme y para su sorpresa no me encontró.
-¡Está castigado en el colegio! dijo mi tía Angélica, mi padre dio media vuelta y fue en mi busca, al llegar hizo su ingreso igualmente por la puerta posterior del edificio, lo alcancé a ver con las dos manos en la espalda, como cuando un jugador de fútbol en muestra de respeto se acerca al árbitro, saludó a Dolorier mientras me observaba hacer sentadillas, a mi lado Amico, un interno que me conocía algo pues habíamos conversado sobre la familia de él en Piura, después de conversar con mi padre Dolorier se acerca a Amico y le dice cuéntale 500 sentadillas, me avisas cuando termina!
-¿500? refunfuñé en silencio, Amico al ser interno, no le asignaban castigo físico, solo los dejaban confinados estudiando, así que repasaba un libro mientras empezaba el conteo.
¡Uno, dos, tres! y así sucesivamente, de repente noto que se saltó como 10 de una sola vez, me miró y me guiñó el ojo, siguió contando: cuarenta, sesenta y así hasta terminar.
-Ni se va a dar cuenta en tono de complicidad, mi padre a un lado me observaba con una sonrisa burlona, como diciendo: So cojudo!, al cabo de un buen rato el gordito Amico le indicó a Dolorier que ya había terminado, creo que me ahorró unas 200 sentadillas.
Ok, ya puedes irte, espero no verte nunca más por aquí, se despidió de mi padre con un apretón de manos y una sonrisa, dio media vuelta y se enfrascó con los restantes castigados, salí silencioso y cabizbajo directo al auto. Ese día no hubo viaje a Lima.
En esta escuela era significativo el número de estudiantes de origen judío, todos sin excepción estaban exonerados de las clases de religión, así compartía mis estudios con adolescentes adinerados de apellidos como Blomberg, los hermanos Trajtman, los hermanos Eisner, estos solo en mi clase.
Los días de estudio pasaban de manera rutinaria, solo esperaba el fin de semana para pasarla con mi padre, no siempre salíamos, era común quedarnos en casa viendo TV.
Él no tenía una vida social activa, por arrastre yo tampoco, eso por lo menos era lo que veía en esos dos días que pasábamos juntos.
A principio de los 70 invirtió algún remanente del dinero ahorrado que le quedaba, imagino yo que los tiempos de “bon vivant” anunciaban su fin y tendría que procurarse algún tipo de ingresos frescos, mi padre era especialista en conseguirse socios truchos, era como “Narro” -un personaje paiteño- ¡Compraba caro para vender barato!
Incursionó en el tema de publicidad, en un taller de serigrafía, pero viendo eso en retrospectiva era un emprendimiento sin pies ni cabeza, él se encargó de poner el dinero, comprar el material, aportar el local y el otro socio, solamente la experiencia, en esa época se trabajaban con bocetos y artes finales, separación de colores, la serigrafía en una etapa plenamente artesanal, como bien reza la Ley de Murphy “Si algo malo puede pasar, pasará” y todo el emprendimiento y repito solo en retrospectiva, caminaba mal, se veía mal, pintaba mal por doquier entonces terminaría mal, cosa que sucedió inevitablemente, el socio abandonó, y el dinero empezó a acabarse.
Mi padre tenía una amiga, que después descubrí que era la “amiga” si, con comillas vivía cerca de la casa, a veces cuando yo llegaba desde Chaclacayo a la casa y esta estaba cerrada, caminaba unos 200 metros hasta la Av. Del Ejercito y subía al pequeño apartamento de Elsa, ella vivía con su hermana, creo que eran naturales de Lurín o Atocongo, de raza negra, tratando de recordarla en detalle, era una persona de ojos grandes almendrados, un “cuerpazo” como se diría ahora, era jefa de la división internacional de Entel Perú en esa época, hablaba, inglés, alemán e italiano, era una profesional en todo sentido, ella hay que decirlo siempre fue una persona muy educada y que me trató con gran deferencia y esmero, llegaba a su apartamento y me sentaba a ver TV hasta que mi padre pasaba a recogerme.
Un día de esos tantos cuando me vi obligado a esperarlo en el apartamento de Elsa, mi padre llegó sin percatarse que yo estaba sentado en la pequeña sala, ella se encontraba cocinando algo en una cocinita al lado de la entrada, este al entrar y muy sigilosamente posó sus manos sobre esa parte del cuerpo y que muy educados llamamos en público posaderas y privadamente decimos “culo”, ella reaccionó apresurada y soltándose de la atrevida caricia le indicó en señas al galán que me encontraba allí, está claro que ya me había dado cuenta de todo solo que me hice el tonto.
¡Vaya, vaya, este caballero se las traía! Yo observaba pero no juzgaba, solo miraba a un lado, el acuerdo era tácito, “laissez faire, laissez passer“. Y nadie se refirió al incidente.
Artola
En uno de esos fines de semana, me indica que íbamos a visitar a un amigo en el centro de Miraflores, aunque territorialmente vivíamos en el mismo distrito; pero casi en el borde con Magdalena del Mar, la Av. del Ejército estaba a pocos metros de donde vivíamos, llegamos a un apartamento en una pequeña y silenciosa calle en otra parte del distrito, una puerta camuflada por un frondoso grupo de bambúes, que resultaba inusual por no decir raro en un clima como el limeño, subimos al segundo piso , tocamos la puerta y nos abre una chica que al ver a mi padre sonríe y lo saluda con familiaridad.
-¡Holaaa Nitto!, pasa por favor, se saludan de beso protocolar en la mejilla, ¡Hola Martha! Mi padre me toma por los hombros y dice: mi hijo, la agraciada mujer se inclina y me saluda de beso.
-¡Es igualito a ti! Mi padre sonríe, si pues, aquí está conmigo! No digo una sola palabra, me cohíbo ante la presencia de la mujer, se veía afable, sincera, tenía una hermosa sonrisa.
-¿Cómo va el paciente, pregunta mi padre?
-¿Cómo crees? Muy engreído! y sonríe, pasa por favor! y nos señala el camino, cruzamos una sala acogedora con cojines, retablos, arte cuzqueño, diversos afiches, veo uno con la imagen del Che Guevara pero con una frase de Javier Heraud “Yo nunca me río de la muerte. Simplemente sucede que no tengo miedo de morir entre pájaros y árboles.”, otro afiche de un arte pop explosivo alusivo al Café-Teatro Zanzíbar, uno de los primeros lugares en que los grupos de rock de entonces empezaron a tocar, el ambiente de la estancia era dominado por una chimenea, no recuerdo si era decorativa o funcional, revistas de arte encima y un mural con recorte de revistas y diarios, reconozco una foto de Armando Artola el otrora regordete ministro del Interior del gobierno de Velasco, y sus emblemas del ejército pegados encima de la calva como unos cuernos, diabólico pero no menos chistoso collage.
En pleno Velazcato y a raíz del fatídico terremoto del año 70 se contaba un chiste a costa de la figura del ministro Artola, en el ambiente popular lo tildaban de tonto o torpe.El chiste rezaba más o menos así:
– Decían que había una embarcación pronta a zarpar rumbo a Chimbote con suministros necesarios para los damnificados, entonces la sobrecarga de esta ponía en peligro su estabilidad, ante lo riesgoso de la situación fueron a consultarle a Artola.
– Sr. Ministro, la nave está sobrecargada, y corre el peligro de zozobrar! le indicaban sus asesores.
-Artola responde presto y sabihondo:
-Debemos correr el riesgo, es preferible que “zo zobre a que fa falte“
Los chistes producto de algunos lapsus o deslices expresivos, no le hacían mucha justicia al calvo de Artola que era un oficial con amplia preparación académica y experiencia en los servicios de inteligencia Nacional y del Ejército del que fue jefe precisamente cuando estalló el brote guerrillero en 1965.
-¡Hola Ivan!
-Que sorpresa Nitto! pasa por favor, se estrechan la mano ¿Y este muchacho?
-Mi hijo, está viviendo conmigo, estudiando, bueno en Chaclacayo y se viene a pasar los fines de semana conmigo.
Ivan Rabinovich, quien era un artista plástico yacía acostado en una cama con varios cojines a su alrededor para acomodar su escayolada pierna, había sufrido una fractura producto de una caída, Martha se acercó con un plato de comida que alcanzó al barbudo Iván, prosiguieron charlando sobre trabajos de arte, serigrafía, colegas etc., subrepticiamente y como quien no quiere la cosa, me devolví a la sala a seguir observando todo, los libros, los cuadros, la decoración, los afiches con ese estilo pop y psicodélico muy en boga en esos años, me solazaba descubrir el exquisito gusto por todas las cosas que se veían así, ese desorden que parecía crear el espacio y el ambiente apropiado para el modo de vida del artista.
Martha Vértiz, fue una consolidada artista plástica en los últimos 40 años, sin embargo fue muy conocida antes al ser uno de los personajes de un sonado asesinato con ingredientes de crimen pasional, cuando Segisfredo Luza asesinó a Fares Wanuz a quien se presume Luza celaba con Martha, eran los inicios de los 60, no obstante ella dejó atrás ese oscuro episodio de su vida en favor del arte.
Pies de Barro
De vuelta al colegio. Los hermanos Duarte eran hijos de Francisco Duarte que en los tempranos 70 fungió como presidente de la Sociedad Nacional de Industrias, los típicos hijos “papi tiene plata”, pesados, presumidos y que le refriegan a los demás su estatus, mirando por encima del hombro a sus pares, el mayor que no recuerdo su nombre era regordete, algo narigón, ambos de pelo castaño pero crespo, casi hirsuto, el mayor era un bocón empedernido y al que había que celebrarle todas sus chanzas, el menor era compañero de clases, pero nunca me relacioné con él.
En 1971 se dio una huelga magisterial que no tuvo larga vida, pero que sin duda obligaba a la paralización del curso lectivo, nuestro colegio no se veía afectado en manera alguna al ser una institución privada; pero nunca falta el vivo, el criollo que envidia la suerte de no asistir a clases de los colegios nacionales, uno que quiso hacer de líder de una huelga de apoyo al magisterio, el que se arrogó el liderazgo fue el mayor de los Duartes, durante un recreo y antes que sonara el timbre de regreso a clases, hizo congregar a los mayores de secundaria en el centro de la cancha de fútbol.
-¡A ver! Nadie sube a clases, vamos a apoyar a la huelga de los maestros, mientras impartía instrucciones.
Se imaginan un hijo de papi apoyando a la huelga magisterial donde el reclamo era por mejoras salariales, nada más disociado que recibir el apoyo de alguien completamente ajeno a sus reclamos, que ni por asomo entendía el contexto de la lucha magisterial y su único objetivo era no asistir a clases.
En esos días se había estrenado en los cinemas de Lima una película llamada “Las Fresas de la Amargura”(The Strawberry Statement) una producción que retrataba el ambiente estudiantil en los tiempos de la guerra de Vietnam, el asunto se centra finalmente en la gran escena final, en la entrada de los soldados en la universidad y el desalojo violento de los estudiantes.
El gordo Duarte se alucinaba el personaje de la película, recuerdo verlo en el tumulto y conglomeración de estudiantes arengar a los alumnos a hacer como en la película, se movía de un lado a otro, daba instrucciones de manera constante, en algún momento empezaron a corear consignas como ¡Huelga, huelga!
Todos sentados en un gran círculo en el centro de la cancha.
Dolorier observaba a escasos metros con asombro primero debido al súbito despliegue de los alumnos, después con detenimiento, puso ambos pulgares en el borde interno de la correa y movía la cabeza de lado a lado en obvia desaprobación, todos sentados cantando consignas improvisadas y Duarte haciendo gestos, él vivía su propia película, no me cabe la menor duda que lo sentía así.
Estamos claros que la época de los hippies, el movimiento de protesta contra la presencia de los norteamericanos en Vietnam y los primeros años del gobierno de Velasco promovían un ambiente romántico a este tipo de protesta, pero que en retrospectiva vemos que esa figura no le calzaba a claros ejemplos de la pituquería más rancia de San Isidro. No en esos temas por lo menos.
El timbre que señalaba el final del recreo anunciaba un desenlace, el momento era tenso sin duda.
Yo observaba bajo los cimientos de una plataforma que comunicaba el piso de secundaria con el comedor de la escuela, ese espacio era lugar de reunión y sombra, Dolorier se movía a lo largo de la cancha de fútbol, señalando al segundo piso, dijo en su mejor tono conciliador.
– Vamos, vamos a clases, ¡Ya estuvo bueno! Y sonaba sus palmas, señalaba hacía el segundo piso pero nadie se movía, los alumnos se miraban entre sí sin saber que hacer, Duarte corrió al centro del círculo y levantando la voz dijo:
-Nadie se mueve y empezó a azuzar a todos. ¡Huelga, huelga! Las consignas se volvieron apenas un rumor.
Eso fue la señal que rebalsó la paciencia de Dolorier, lo vi soltarse la correa mientras Duarte disfrutaba sus cinco minutos de gloria, se acercó por detrás y sin previo aviso le propinó un correazo en los flancos traseros de su detestable gordura, este se encogió y por un momento intentó encarar al jefe de normas educativas sosteniendo una mirada retadora, craso error, este no lo pensó dos veces y le arreó dos correazos más con tal energía que Duarte casi tambalea, los más pequeños empezaron la carrera despavorida escaleras arriba y en un santiamén el campo quedó desierto, el gordo aún desafiante quiso hacerse el lento y Dolorier lo premió con otro más, el actor fallido ya no tenía la mirada retadora sino una de humillación, mientras subía al piso de la secundaria el auxiliar muy seguro de sí mismo le recetaba y aseguraba un sábado de inamovilidad, lo recuerdo y aún lo disfruto.
El sencillo Dolorier acabó de un solo correazo las aventuras egocéntricas de un patán y bufón, mientras recuerdo el incidente esbozo una sonrisa, repito, aún lo disfruto.
Bonus track: https://www.youtube.com/watch?v=5WF1Lm19lDc&feature=youtu.be
Caso Luza:https://procrastinadorsite.wordpress.com/2016/02/09/doctor-sombra/