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    Diciembre 12, 20215 Mins Read

    Leo Vilela, el guerrero Tallán

    Ricardo Espinoza RumichePor Ricardo Espinoza Rumiche

    “Llevo a Paita en la sangre y lo recuerdo cada vez que pienso en mi abuela”

    Leo Martín Vilela Alzamora no solo baila marinera, sino canta y encanta, escribió su madre en un video de diciembre del año 2008. Leo se confunde con los demás niños chilenos en una canción en inglés. Es un niño más de la primaria de la escuela Dr. Luis Calvo Mackena de Santiago de Chile. Nadie en ese año podía suponer que el niño mimado de mamá Corina Alzamora pudiese siquiera pisar un cuadrilátero de artes marciales. La familia en su conjunto ha nacido para el arte de las danzas, en especial de la marinera. “Mis hijos han bailado desde que estaban en la panza”, dice mamá Corina, mientras repasa un video de Leo bailando  marinera con su hermana Sarita, en una actuación de su colegio chileno. Los niños chilenos aplauden, los peruanos se lucen y papá y mamá Vilela Alzamora Inflan el pecho de la emoción.

    Pero eso solo fueron los inicios porque Leo y su hermana han bailado en Viña del Mar, en el escenario de los grandes artistas, nada menos, y han sido el orgullo de una familia numerosa y de un puerto con historia como Paita. “El arte me viene de familia”, dice Leo, “Viña nos abrió muchas puertas en un país que no era el nuestro”. Sin embargo, afirma con claridad que ya no baila a menos que sea en el cuadrilátero.

    Hoy Leo vive entre gimnasios y luchadores, y ha tenido que trabajar duro para autofinanciarse -como él mismo afirma- ese gustito por el deporte de contacto.

    Leo tiene marcado el acento sureño, escucharlo es escuchar a un joven chileno; no obstante, es todo un guerrero Tallán que se va haciendo camino al andar por sí mismo, un norteño peruano que lleva a Paita en la sangre y lo recuerda cada vez que piensa en su abuela, en sus primos, en sus tíos, en sus padrinos y en mucha gente que estima y extraña. “Cada vez que como la comida peruana vienen todos ellos a mi recuerdo”, afirma. 

    Leo Martín Vilela Alzamora nació en Paita en el año 2001, en vísperas del día de San Pedro; pero ha vivido la mayor parte de su corta vida en Santiago de Chile. Hoy es un joven con sueños propios que, en un día cualquiera, como quien pasea sin buscar nada a cambio, se enamoró de un encuentro de Muay thai. Lo demás vino porque el destino, dicen, está escrito por nosotros mismos y por lo que somos capaces de elegir en el momento oportuno. Leo empezó practicando lo que observó, pero, al sentir el llamado, terminó practicando, fogueándose y aprendiendo el kickboxing.

    Hoy el paiteño radicado en Chile tiene 20 peleas en su haber y ha ganado 15 de ellas. “Siete por nocaut”, dice orgulloso. Y solo ha perdido por decisión dividida, nunca ha caído a la lona. “Tiene una zurda demoledora”, dice orgullosa mamá Corina.

    Sin embargo, no ha sido fácil para la familia asimilar que el menor de los Vilela Alzamora tenga que subir a un ring a darse de patadas y puñetes cuando ellos nacieron para la sutileza de las danzas. Además, estaba el fútbol y el baloncesto como herencia de los predecesores de la familia.  

    Leo no es supersticioso y las cábalas no caben en su vida; a él solo le importa y cree en el trabajo duro como hijo del tiempo y no de la suerte. Leo no tiene ídolos sino personajes de ficción que lo estimulan. Tuvo la oportunidad de concretar en el fútbol, tenía talento, pero decidió sorprender a todos marcando la diferencia. No tiene un gimnasio exclusivo ni tiene un horario específico para entrenarse. Leo es un luchador nato, como muchos anónimos en la vida que dependen del día, de la oportunidad, del profesor y de las amistades para seguir soñando.

    Antes de cada pelea, prefiere los ambientes serenos, se aleja de los ruidos y finge que nada pasa para controlar los nervios. 

    Nuestro luchador paiteño tuvo que ocultar su nueva pasión, de su familia, para evitar explicaciones. ¡Qué valdría la vida sin las pasiones de los hombres soñadores! Mamá Corina se enteró cuando estaba en plena competencia. “Casi le da un infarto”, dice sonriendo. Hoy la familia entera lo apoya porque han comprendido que hay deportes diferentes y el pensamiento ha cambiado, aunque Leo prefiere tenerlos lejos para no sentirse presionado por lo que pueda pasar. “Mejor es luchar con los amigos en la tribuna que con los seres que más amas”, dice Leo.

    A Leo le han enseñado más las veces que perdió que las que ganó. Las derrotas lo han motivado a seguir entrenando. Cada pelea perdida es un aprendizaje sin límites que le permite fortalecer sus capacidades, su confianza en sí mismo y la visión de lo que espera concretar en un futuro. Sin embargo, no despega sus pies de la tierra, pisa firme y es consciente que para llegar a internacionalizarse necesita de más trabajo del que está haciendo, de más inversión, de más técnica y de más estrategias para sobrevivir en un mundo donde no cualquiera decide caminar. 

    El paiteño siente cada golpe como una señal. Sube siempre al cuadrilátero vistiendo una gorra oscura que luce el escudo peruano. Ha dicho que no es una cábala, pero que se siente seguro enseñándole a todo Chile su procedencia. Nuestro guerrero Tallán, cada vez que tiene la oportunidad de subir al cuadrilátero, sabe que es un buen motivo para mostrar su raza. Leo sabe que el mundo que hoy pisa no se conquista de rodillas sino que, literalmente, se vive día a día, de pie, erguido y devolviendo golpe con golpe.

    Autor

    • Ricardo Espinoza Rumiche

      Nació en Paita, en la cima de un cerro. Ha estudiado en la ex 33 donde iban los más papacitos de su época y en el Colegio San Francisco, porque no había otro. Fue judoca porque quería vengarse del muchacho que le ganaba a su hermano y también basquetbolista, porque nunca aprendió a patear la redonda. Tiene estudios superiores técnicos, pero se le extravió el cartón que lo certifica. Ha sido, entre otras cosas, pescador, camarero, estibador, mototaxista, agente de aduana, pero nunca pasador de franela. Tiene dos novelas publicadas y dos a media caña que no quiere terminar porque no saca ni para el té filtrante con su literatura. Se considera un autodidacta y un “mil oficios”. En el año 2020 publica el primer número de la revista Barlovento, pero el virus y sus amigos que nunca le compran lo obligaron a desistir de una segunda edición. En el 2021 crea este espacio virtual e intenta mostrar un espacio para todo paiteño que desee escribir. Pero nadie desea escribir y casi siempre lo mandan a bañarse. Actualmente prefiere releer sus textos inéditos antes que leer propuestas monses de candidatos monses. Es chancletero por obra divina y sueña con ser abuelo de tres lindas niñas.

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