Hay que decirlo con todas sus letras: ni cuando ha jugado Perú hemos estado gritando juntos y de la manera que gritamos aquel día en nuestra casa. Es que mechita prefiere cocinar o lavar algo antes que sufrir viendo a la selección peruana en las eliminatorias; sin embargo, allí estaba, en su mueble preferido alentando a Messi. Sí, a Messi, a ese argentino que ha batido todos los récords del fútbol mundial y que solo le faltaba un partido para ganarlo todo. ¿Por qué la gente quiere ganarlo todo? “Porque se lo merece”, decía. Y yo: fuera de acá oe, en mi casa hoy gana Francia, tú anda cocina que tengo hambre. Y ella: estás bien cojudo tú, primero que no es tu casa. Anda cocina tú que de aquí nadie me saca. A nadie en esta casa le apasiona el fútbol, pero es lo que pasa en el mundo. Tampoco nos gusta la violencia y también estamos pegados en la televisión enterándonos sobre ello. En tiempos normales, somos tres aliancistas y dos del otro equipo; ese día éramos dos franceses y tres argentinas. No obstante, más dolió cuando los cinco perdimos las apuestas porque nadie había escogido el empate. ¡Carajo!, se me fue el regalo de mi amiga secreta, grité, y todas rieron pensando que lo decía en broma.
El fútbol es emoción, aunque no entiendas nada de lo que está pasando dentro de la cancha. Yo, por ejemplo, preferiría barrer una calle antes que jugarlo. Para mí más felicidad me ha dado jugar canicas que fútbol. Al final, es libertad y nadie puede contra ella, como cuando nadie me cree que yo prefiero ver el baloncesto español que la NBA.
¿Y por qué no te gusta Messi?, me dijo una de las argentinas en mi casa. Porque no me hace sentir nada, pues, porque nunca me gustó su cara de baboso. Messi es el mejor futbolista del mundo, el mejor de todos los tiempos, lo ha ganado todo, es un deportista ejemplar. Sí, todo eso es cierto. Sin embargo, no puedes obligar a alguien a que le guste. Una cosa es aceptar que es el mejor y otra muy distinta es que te guste. Lo mismo ocurre, por ejemplo, en la literatura. Vargas Llosa también lo ha ganado todo y, con toda libertad, a muchos no les gusta, no lo pasan, ni siquiera lo han leído. Así es la vida. Tú puedes ser un grande en lo que sea, pero si no llegas al corazón de la persona, simplemente, esa persona no siente nada. Lo mismo pasa con el famoso puma Carranza. Algunos lo aman y otros ni siquiera entienden el porqué. Asimismo, con cualquiera de los políticos (bueno, eso ya es inexplicable). Pero se llama pasión, y la pasión es buena solo cuando uno es dueño de ella. ¿Tan difícil es entender algo tan simple? No me gusta pues, nunca me gustó.
Así es la vida, así es la pasión. ¿Acaso ustedes no me mandaron a volar cuando les quise enseñar a jugar básquet? Y se miraron, y se rieron, creo que entendieron que cuando no pega, no pega pues. Sí, me mandaron a volar con mi básquet cuando eran unas niñas, y yo fui feliz porque entendí que tenían personalidad y decisión para escoger a tan temprana edad. Creo que ha sido la única vez en mi vida que me he sentido feliz cuando alguien me ha mandado a volar.
Cuando empezaron los himnos entoné la Marsellesa aprista, lo poco que aún me sé, y ellas empezaron a mirarme sin entender lo que decía. Cómo yo iba a saber la letra del himno a Francia. Y al final: Viva Francia revolucionaria. Viva la soberanía popular. Y mechita: ya le agarró al enfermo este. Y yo: Viva el APRA csm. Pero el APRA de mi abuelo, el APRA de mi viejo, no el APRA moderno, esa agrupación de bandoleros que se arrastran por donde los lleva la corriente. No. Jamás esa APRA, prefiero seguir votando por cualquier signo de interrogación antes que esa agrupación de malhechores.
Ya, cállate, papi, deja ver. Y me callé, no sin antes sonreír de mí mismo, de la libertad que me envuelve, de ver la salita de mi casita llena de mi familia esperando la competencia de un deporte que nadie en este hogar entiende, de dos selecciones ajenas a nuestro mundo, pero esperando gritar un gol, lo único bonito que tiene ese deporte, ese clamor que desahoga, que despierta, que hace soñar y que diferencia -como dijo Ronaldo el fenómeno- entre ser un futbolista famoso y un hombre gordo retirado de las canchas.