Introspección.
Traigo una vida
atada a un alma,
y solo me ha bastado
un segundo
para olvidar.
A veces hay tanta furia en mis ojos
que no puedo contener
ese estrépito difuso
que se pierde en la memoria.
Tengo un tono tan umbrío
que puedo llegar a escucharme.
Así con la inclemencia del mundo
clavándose más allá de la palabra
y dejando a la intemperie
un corazón en pleno ocaso-
me estremezco.
Ayer y hoy
se agita en mi consciencia
la posibilidad
de abandonarme,
dejar de lado una utopía,
abrir paulatinamente los brazos
y aguardar
un último silencio.
Evasión.
Ya no está la sombra
que me separa de la muerte,
esa que solía retozar con mi esperanza,
para después,
empezar a destrozarme.
Confieso que un fragmento
de olvido
se ha incrustado en mi pecho,
devolviéndome esa cosa
que llaman “existencia”.
Hoy -que he sentido la preocupación
de haber caído
en los abismos del tiempo-
me pregunto si algún día
renaceré de entre
la ausencia
y la amargura
de ser un condenado,
conteniendo esa lágrima difusa
que intentó ser un silencio. Tal vez así,
y no de otra forma,
pueda cerrar
al fin los ojos.
Adiós significa morir para vivir.
Para vencer al amor
se necesita no tener alma.
Para no tener alma
se necesita no tener corazón.
Para no tener corazón
se necesita haberla perdido.
Fueron en estas horas áureas
donde la amé con delirio eviterno,
aquellos recuerdos hoy solo son sombras
que desatan un frenesí
en los escombros
de una pasión muerta.
Dejé pendiente una promesa
y un beso mortífero.
Hoy, con una mirada marchita
me alejo de tu perfidia y
brotando lágrimas en silencio
renazco en una nueva substancia.
Gian Pierre Codarlupo Alvarado (Paita, Perú. 1997)