Cuando me preguntan acerca de mi literatura, siempre digo que escribo desde el territorio de la nostalgia. Porque escribir, para mí, es también recordar. Es sumergirse en la memoria para luchar contra el olvido.Vine a Trujillo hace casi 30 años y eso significó un alejamiento de Bernal, esa maravillosa tierra de alegres amaneceres y nostálgicos atardeceres. Pero ese alejamiento nunca significó ausencia, menos olvido. Significó añoranza y fervor, porque nadie ama más a su tierra como el que está lejos. Será por eso que en 1997, ya estando en Trujillo, junto a mi padre fundamos la revista “Amanecer Bernalense” que era el testimonio de nuestro eterno homenaje.
Y ya cuando decidí dedicarme en serio a la literatura, vinieron a mi mente esas imágenes de Bernal, de su gente, de su alegría y solidaridad, de su sol generoso, de su viento cálido, de sus atardeceres anaranjados. Y nunca he podido ni podré desprenderme de ellos.
Y por eso, en mis libros, siempre hay algo de esta añorada tierra que desde niño me enseñó a imaginar creyendo que en sus algarrobos algún día encontraría monos y papagayos como los que aparecían en los libros que mi padre me regalaba. Y porque desde muy pequeño tuve un amigo, que se llama Martín Panta, con quien jugábamos a volar en la perezosa de su abuelo, en busca de Wil, su hermano ausente, al que encontrábamos en Iquitos, rodeado de los animales que tanto queríamos conocer en vivo y en directo.Y es que Bernal también me enseñó a soñar, porque tuve un bisabuelo, don Jesús Pingo, que me contaba su encuentro con la María Dominga y otros fantasmas que moran en el desierto de Sechura. Porque mi abuelo Teodomiro Tume me alegró la infancia con su corazón de algodón (que se conmovía con los ciegos que pasaban pidiendo caridad) y con sus curiosidades, como tener de mascota a una zorrita llamada Yuli. Porque mi abuela Felicia, aunque de carácter fuerte, me enseñó a admirar la belleza fugaz de las flores.
Bernal es una película en mi memoria, donde mi tío Julio Pingo se toma unas cervezas haciendo de la vida una fiesta; donde el Negro Amalio recorre todas las calles en un viejo triciclo, ebrio de recuerdos, con la desgarradora música de “Los errantes” a todo volumen; donde Amado Cherre cruza la calle cargando agua en latas; donde el tío Mateo Tume monta su burro, seguido por su perro de nombre “Rosoype”; donde don “Carga de agua” pasa raudo detrás de una infinidad de chanchos negros.
Y Bernal también me enseñó a mirar la vida con humor. Porque tuve un padre que hacía reír a todos con sus bromas, sus imitaciones de voces y su testamento del Ño Carnavalón y nunca dejó de mandarme a los circos que instalaban sus viejas carpas en mi barrio Sur. Porque mi madre me procuró una niñez mágica y feliz, y con su fino humor me arranca carcajadas todos los días. Porque los viejos de Bernal, en calles y chicheríos, son mi fuente de historias y anécdotas jacarandosas que luego plasmo en mis libros. Y porque no tengo un solo amigo que sea triste. Todos ríen y danzan alrededor de la vida.
Con todos estos recuerdos e imágenes, ¿Cómo no amar a esta tierra llamada Bernal? ¿Cómo no sentirse orgulloso de haber nacido en ella? ¿Cómo no poner un granito de arena para su crecimiento cultural? Y sobre todo, ¿cómo no escribir desde mi nostalgia?
¡Feliz aniversario, Bernal, hermosa tierra!Jorge Luis Tume Quiroga
Martes, Enero 31
▤▤▤
- Sigamos buscando espacios seguros
- “Testigo es la luna” El dolor de la decepción
- Escenarios y gestos antideportivos
- La final más bonita del mundo
- Peruanidad y la nueva piuranidad
- Se buscan políticos
- Chamba es chamba
- Autoridades educativas paiteñas, basta de enviar a los niños al fracaso y a la humillación