Un niño valiente y seguro, o tal vez inocente, levanta la mano y baja las gradas corriendo. Yo estoy jugando con ellos y regalando libros. He preguntado quién para ellos es el mejor profesor, el más querido. El niño, que parece más seguro que nadie, dice: mi profesora Violeta Ruesta. No duda, lo tiene clarísimo. En el mismo instante, sus compañeros de aula y demás alumnos aplauden y miran hacia el lugar donde está parada la profesora. Qué sentirá una docente al recibir tanto cariño de parte de sus alumnos. Conozco a Violeta como si fuera mi amiga porque ha sido maestra de dos de mis hijas. Y también la tienen como su mejor profesora. Debe ser hermoso que tus alumnos te quieran y te respeten tanto, pienso.
Al Juan Pablo II iría mil veces sin dudarlo. Tiene un grupo de profesores de comunicación que aman su carrera y tienen claro que acercar un libro y su autor a sus alumnos es tan importante como dar una clase
La profesora Violeta Ruesta sonríe, nos regala un gesto de agradecimiento, asiente cuando les explico a los adolescentes que la conozco a través de mis hijas. Y la conozco más de lo que ella se imagina porque en pandemia y en clases virtuales fui un alumno más sin que ella lo supiera, escondido detrás de la laptop de mi hija, pero feliz de sentirme uno más de la clase. Sabía el horario y no me la perdía. Las clases de la profesora Violeta son discursos que, fácil, llenarían auditorios que, sin dudarlo, saldríamos todos con la sensación que ha sido corta la exposición; es que Violeta en cada clase no enseña, sino que enamora.
El escritor Gonzalo Higueras sonríe por el atrevimiento que he tenido. Minutos antes él era el que jugaba con los chicos y regalaba libros. Antes, había tenido una explicación sobre su libro “El Último Tallán”, sobre la Paita antigua y sus sentimientos hacia este puerto. Gonzalo Higueras es un eterno enamorado de Paita y más de Colán donde ha vivido desde su infancia. Ha escrito sobre nuestra tierra, sobre nuestra cultura. “Se ha nutrido de la experiencia étnica que aún vive entre los algarrobales y el mágico desierto y valle que rodean la ciudad de Piura”, ha escrito el poeta Roger Santivañez.
Al Juan Pablo II iría mil veces sin dudarlo. Tiene un grupo de profesores de comunicación que aman su carrera y tienen claro que acercar un libro y su autor a sus alumnos es tan importante como dar una clase. La presentación es en el coliseo de la institución educativa. Yo observo los aros de baloncesto y siento que he cambiado. Ya no me apasionan como antes. En otros tiempos hubiese creado una imagen donde fuese el actor principal de una buena jugada, esta vez he entrado sin zapatillas y he cambiado los pantalones cortos por un saco, imaginando que el juego ya no es regalar canastas al respetable público, sino libros que, además de obsequio, como leí una vez por ahí, es un delicado elogio.
Gonzalo Higueras les habla al corazón y los chicos se pierden en un silencio placentero. ¿Quién dice que los adolescentes son malcriados e irrespetuosos?
Clic aquí para leer más de Gonzalo Higueras Cortés
No hay mejor presentación para un escritor que no sea frente a un grupo de alumnos. Lo he experimentado en varias oportunidades y no me queda la mínima duda de eso. La literatura no solo estimula la creatividad, sino que ayuda a que nuestros adolescentes puedan desarrollar múltiples capacidades. No buscamos que sean escritores con nuestra visita, sino que sepan algo más de los libros. No es un secreto que los libros son tan importantes que ayudan a que nuestros jóvenes encuentren un mundo con posibilidades para que puedan defenderse y desarrollarse. Y por eso insistimos tanto en que Paita tuviera una feria del libro. Lo que necesita este país, y más este puerto famoso, es una nueva generación de profesionales mucho más seguros en todos los aspectos. Y para eso estamos aportando con lo que podemos y hacemos.
A Gonzalo Higueras lo conocí a través de su libro que me fue obsequiado por un amigo en común. Esa es la magia de la literatura. Nos hicimos amigos lejanos y, cuando nos vimos por primera vez, a pocos días de presentar mi primera novela, sentimos ambos que éramos viejos conocidos. Gonzalo ha llegado a la FLAP por mérito propio, por todo ese amor que le ha puesto a su escritura, por pensar en la tierra que lo vio crecer y por insistir en que nuestros jóvenes tienen que conocer primero lo nuestro antes que cualquier cosa.
“La finura de su lenguaje es solo comparable al paisaje y la hondura humana de sus personajes”, dice el maestro Roger Santivañez al referirse al libro que estamos presentando.
Gonzalo Higueras juega con sus lentes, se los quita, se los pone; minutos antes, un mototaxista los había encontrado y se los había dado a una Sra. que entraba al colegio, para que se los entregara. Sí, leyeron bien, un mototaxista, uno de esos señores tantas veces criticado y odiado por culpa de otros los había encontrado y los había devuelto. Quién dice que no hay gente buena en esta tierra y en ese pequeño mundo tantas veces incomprendido.
Gonzalo Higueras estaba feliz de estar en el Juan Pablo II, me lo dijo antes que se iniciara el evento, de compartir con los alumnos, de regalarles su libro; porque no llegaba para hacer negocio, no, llegaba para intentar captar la atención de los jóvenes -difícil tarea por cierto- y para jugar con ellos.
El escritor que de niño se preguntaba con extrañeza qué misterios había en las luces del puerto cada vez que las veía desde lo alto de la cruz de Colán, estaba emocionado, ya no por sus luces que lo enamoraron antaño, sino por tener contacto con su gente, con la realidad, con el futuro inmediato de una mejor Paita.
Gonzalo Higueras siente que dejó una pequeña huella en el colegio, yo le digo que ha sido una gran huella, y qué mejor que dejarla en “el mejor de los escenarios”, como dijo un exgobernador regional, en una escuela, allí donde se está formando el futuro de esta tierra que pide a gritos un cambio rotundo.