Por: Manuel F. Landa Torres
EL reloj de la iglesia es un mudo testigo de nuestra historia. Sus campanas, con sus tañidos a veces tristes, a veces alegres (dependiendo de las buenas o malas épocas) han marcado el tiempo de los paiteños desde 1911 que fue instalado, por una donación de la familia Artadi, que los importó de Europa (uno para Paita y el otro para Amotape).
Todos estaban siempre pendientes. Los lancheros esperaban las once campanadas de la mañana para almorzar, los pescadores de la Punta las cinco de la tarde para dirigirse a la pesca de la cachema, y hasta las propias amas de casa con las doce del mediodía, para terminar el almuerzo diario. Yo, particularmente, recuerdo mi época de estudiante, cuando escuchaba las siete campanadas, que indicaban las siete de la mañana, y debía apurar el paso para llegar puntual al colegio, ubicado por inmediaciones del mercado modelo.
En realidad, no es un solo reloj sino cuatro, que funcionan en simultáneo, ubicados en cada lado de una de las torres de la iglesia San Francisco (la derecha). Desde que tuve uso de razón, supe que la persona encargada de su mantenimiento era el señor Rodríguez, a quien todo Paita conocía como el señor Dolly. Así les pusieron a él y a su hermano de apodo, en alusión a dos hermanas gemelas bailarinas de mambo de ese tiempo, llamadas artísticamente Las Dolly Sisters.
De contextura robusta y de oficio mecánico, el señor Dolly subía periódicamente a la torre para cumplir con el encargo que le hizo la municipalidad, a eso se dedicó siempre. Fue tal vez la única persona que conoció los secretos de esos sofisticados instrumentos que miden la vida de los hombres. A su fallecimiento tomó la posta su yerno Humberto Zapata, esposo de su hija Elsa.
Zapata ha repetido durante cincuenta años el mismo ritual seguido por su suegro para el mantenimiento de los relojes: subir con bastante destreza y agilidad las tres escaleras de mano, o de pintor, para llegar a la torre. El mantenimiento consiste en darles cuerda, limpiarlos y cambiarle los repuestos, cada cierto tiempo, recurriendo algunas veces al tornero Jany Carrión (ya fallecido) para que le fabricara algunas piezas. Lo cierto es que llegó un momento que las campanas se silenciaron por falta de repuestos, sin que nadie se preocupara por esa lamentable situación.
Noble y silenciosa tarea la de Humberto Zapata que debe ser destacada por los paiteños porque, no obstante, su avanzada edad, y a pesar también de que con el paso del tiempo, el mantenimiento de los relojes se convirtió en una labor titánica y riesgosa, siguió con ese encargo.
El panorama actual de la torre es desolador. Según su hijo Pepe Zapata, las tres escaleras para el acceso a la misma, están bastante deterioradas por el uso, lo que constituye un verdadero peligro para la edad de su padre, y de cualquier otro mortal. Su interior es un nido y criadero de palomas, que no solo impiden el ingreso al revolotear por cientos ante la presencia de una persona, sino que son un vehículo trasmisor de enfermedades por el excremento que ahí se acumula; este ambiente tenía que ser limpiado por el mismo Humberto Zapata para desarrollar su labor, enfermándose en más de una ocasión.
Todo este triste panorama, aunado a su edad (ochenta y nueve años) obligó a sus hijos a exigirle dejara esa tarea por su propia salud e integridad física, lo cual aceptó contra su voluntad y a regañadientes, desde diciembre del año pasado. Desde ese mes los relojes están parados, ante la indiferencia (una vez más), de nuestras autoridades.
Como corolario de esta nota, debemos resaltar que los relojes de la iglesia San Francisco de Paita son un patrimonio histórico de la ciudad, y su mantenimiento lo ha asumido la Municipalidad Provincial. En ese sentido, es la autoridad edil la que debe de inmediato contratar o designar a una persona que reemplace a Humberto Zapata en el mantenimiento de los relojes, pudiendo él mismo orientarlo en esa tarea, mejorándose por supuesto, las condiciones de trabajo (reemplazo de las escaleras, limpieza y fumigación del área y otras).
Finalmente, debe ponerse en funcionamiento el toque de las campanas para marcar la hora, tal como se ha hecho en la ciudad de Piura en la catedral y la iglesia María Auxiliadora, lo que devolvería a nuestro puerto la tradición, en que la gente desarrollaba sus actividades al son de las campanadas del reloj de la iglesia. No hacerlo, es dejar paralizada a la ciudad en el tiempo.