Cuando conocí al padre Domingo entendí que en el mundo también hay seres humanos que no solo viven su propia vida, sino que, de una manera tan natural, se ponen un objetivo y se encuentran con su verdadero destino. Este es su caso, sin duda, lo entendí cuando me contó sus inicios. Para él la felicidad no es la que le puede dar gozo, sino la que procura para el resto.
“Nuestra labor en Paita empezó con ludotecas”, me dice, y piensa. Su mirada tiene algo de misterio y también de reserva. “Creemos que, para iniciar un trabajo con niños, lo mejor es a través de juegos, para que convivan en grupos, para que entiendan cuál es el valor de trabajar en equipo y, por ende, para que hagan amigos”.
La amistad, ¡vaya, hombre!, qué cosa más complicada para los adultos, pero tan valiosa para los niños, pienso. ¿Qué más se le puede dar a un chiquillo para que se sienta feliz aparte de un amigo?
El padre Domingo llegó al puerto de Paita por voluntad propia, después de estar treinta años en el valle del Chira, entre los distritos de Paita y Sullana. Después de una conversación y una propuesta que se le hiciera al obispo, se decidió que arribaría a nuestra ciudad para, de alguna manera, poder asumir, a través de la iglesia, un poco toda esta necesidad de los AA. HH. y anexos comunales, tan olvidados por el Estado y sus representantes. “No es que también estén alejados de la mano de Dios”, me dice (y sonríe).
Paita había crecido y había que hacer algo para ayudar a mejorar el día a día de muchas familias. La pesca, aunque en decadencia, sigue atrayendo a más pobladores de las regiones pobres de la sierra y de la selva en busca de una mejor vida para sus descendientes. Y la migración, ese desplazamiento tan duro que tienen que emprender, muchas veces golpea el doble. Y, siendo solo una parroquia, y un solo sacerdote, pues es de suponer que era imposible cumplir con los mandatos.
“Llevo cinco años permanente y otros dos años más entre ir y venir entre Pueblo Nuevo de Colán y Paita y La Huaca, y bueno, esa realidad sí que marca, es dura”, me dice.
Para nada es un secreto la realidad de dichas comunidades: no hay agua, no hay luz. Es decir, el padre Domingo, a través de su voluntariado y su pastoreo, intenta siempre afrontar lo negativo, sobre todo, la realidad de los dirigentes. “El problema es que cada uno viene de un sitio diferente, cada familia con su cultura”, nos dice, “Aquí cada uno viene, coge un terreno y vive sin saber quién es el que está al costado. Un ejemplo: fui a buscar a una familia. Una niña dio a luz a los doce años, iba a hacer la comunión y estaba embarazada, y la fui a buscar para ayudarla, para orientar no solo a ella con su terrible caso, sino a toda la familia por lo que le estaba pasando, y me equivoqué y golpeé y pregunté en la casa del vecino: no conocían ni su nombre ni su apellido. En ese contexto no es fácil que haya organización y que se trabaje”, nos dice.
El padre Domingo, gracias a su experiencia, ha aprendido a desconfiar, sobre todo, de líderes con verso fluido que, al final, no llegan a nada bueno y que por el contrario perjudican a sus vecinos. “Un primer paso que dimos fue hacer un poco de comunidad, tenían que unirse católicos y no católicos; o sea, algo que no responda a la fe. A veces la fe nos divide en grupos distintos”, nos dice, “y esa no es la idea”.
Domingo García Hospital nació el 9 de junio de 1954, tres días antes que el papa Pío XII canonizara al niño Domingo Savio, en Castilla y León, al norte de la Península Ibérica, en la provincia de Palencia, pero en la parte sierra. “Fui hijo de familia humilde, de trabajadores del campo”, dice, y lo dice con una satisfacción personal de quien ha experimentado lo malo y lo bueno de la vida y que ahora lo considera valioso para entender la labores que se necesitan para ayudar a su prójimo. En su pueblo, cuando chico, no hubo secundaria y, para estudiar, los jóvenes tenían que abandonar a sus familias para ingresar a internados. Su padre -lo dice con orgullo- trabajaba mucho de sol a sol en el campo, ayudado por su madre quien lo asistía fielmente. Desde los siete años conoció el trabajo de los adultos cuando tuvo que laborar en las tareas que implicaban trabajos con animales.
El padre Domingo es consciente de lo que significa dejar tu lugar de origen para ir en busca de tus necesidades y un mejor futuro para los tuyos. “Hoy esa zona donde viví está prácticamente despoblada”, nos dice. “Es que la modernidad dejó sin trabajo a sus habitantes. Una sola máquina trabaja por cientos de ellos.
Ya en la ciudad, su padre trabajó de obrero, de peón. “Fue un cambio tan radical que siempre lo llevé en el alma”, nos cuenta.
En ese sentido, es de suponer que lo que antes fue una comunidad de trabajadores del campo, se convirtiera en un lugar de olvidados y de necesitados, de los que se negaron a emigrar y abandonar sus vidas. Pero, a los dieciocho años, el joven Domingo sintió el llamado e ingresó al seminario donde estudió teología y filosofía y donde logró ordenarse para regresar a sus orígenes y poder ayudar a su antigua comunidad. “Y así me he mantenido desde entonces”, dice.
En esta situación de pandemia, muchos conocimos a ese padre activo que ayudaba a través de ollas comunes; es que, como él mismo dice, fuimos sorprendidos. “Se tuvo que cerrar las iglesias y como que se nos acabó la chamba. A través de las ollas comunes se obtuvo ayuda de muchos lados. Llegaba gente, dejaba su aporte y me decía: padre, ya usted verá…”.
Pero el padre Domingo no trabaja solo. Para él el trabajo en equipo es fundamental para lograr las metas. Lo acompañan doce personas que, entre ellos, opinan para escoger la mejor idea y poder dar continuidad a la obra. La experiencia le viene de su antiguo trabajo, en Pueblo Nuevo de Colán, donde laboró diez años y donde aprendió de una monjita de las hijas de Santa Ana, la madre Carmen. Así siente su nacimiento en este trabajo para poder ayudar a través de la organización en comedores. “Esa enseñanza la tengo en el alma, me marcó para siempre”.
Hoy se trabaja con doce comedores en tres asentamientos humanos, donde no se ve colores ni creencias para atenderlos. Así se ha logrado convencer a la gente que juntos y bien organizados, se puede salir adelante. “Intentamos mantener esta labor por el tiempo que sea necesario. No es fácil, pero está funcionando”
Gracias a sus gestiones, a las limosnas de los feligreses y con ayuda de su diócesis, se ha podido lograr la construcción de lo que él denomina “capillas”, una mezcla de fierro con maderas que son el resultado de un bingo al año y de diferentes actividades realizadas por los grupos de la parroquia. Luego -nos dice- la mano de obra se pagaba gracias a paiteños que colaboraban y con préstamos que se devolvían de las colectas de los domingos. “Los paiteños, cuando ven que se pide para algo que ya está en marcha, sí responden con gusto”.
Lo difícil, en un principio, fue convocar a las madres de familia, sin embargo, fue a través de sus niños y el trabajo en conjunto que se hizo con ellos que se logró llegar a ellas. Se les brinda talleres para que aprendan un oficio y así se vuelvan independientes; oficios como cosmetología, cocina, costura, repostería y demás manualidades.
Con este tipo de organización, el padre Domingo ha logrado convenios con la UGEL y directivos de las instituciones para que muchas madres puedan terminar su primaria y su secundaria, a través de los CEBAS, movilizando a los docentes a las zonas de Nueva Jerusalén, ampliación Miraflores y a Fe y Alegría. “Ayudamos a cien señoras, solo de tres comedores, porque es imposible atender a todas. Se necesita de mucha más ayuda para eso”. Y agrega: “hay una señora de 66 años aprendiendo a leer y a escribir, y vieras con qué alegría lo hace y dice feliz: ahorita ya sé escribir el nombre de mis hijos”.
Así es el padre Domingo, un benefactor por naturaleza y por convicción, hombre comprometido con su tiempo, su iglesia y con todos los que lo rodean. Sabe y está convencido que por medio del estudio y de la preparación se puede salir adelante, y por eso no se queda quieto y busca que sus amigos de sus diferentes comedores accedan al aprendizaje. La vida le ha enseñado desde pequeño que si se sufre se busca la solución, no hay otra manera. “Hoy tenemos un proyecto en coordinación y ayuda con Bosconia de Piura, los Salesianos, donde tienen un Centro Educativo Ocupacional que capacita a los jóvenes. Muchos se forman profesionalmente allí, y queremos replicarlo en Paita, y si eso sale, tendríamos una filial de ellos, y dando clases para formación superior para muchos jóvenes y también madres de nuestros comedores”.
Para hablar de la obra del padre Domingo en este puerto necesitaríamos más de un artículo. Hoy, por ejemplo, dadas las circunstancias, y al ver que muchos niños no pueden acceder a las clases virtuales, así como sin posibilidades de computadoras, celulares, ni siquiera luz en casa, se ha propuesto ayudar con fotocopias, para repartirles las fichas de trabajo y no pierdan sus clases. En primera instancia se contó con tres impresoras, dos en la ciudad de Piura, dos chicas que aceptaron apoyar desde allá pero que ya se malograron. Hoy insiste con la suya, domingo a domingo, doce horas funcionando para servir a 150 niños para que no pierdan las clases. Sin embargo, sin misas y con pandemia sin final escrito, se ven mermadas las posibilidades de continuar con esta labor.
El padre Domingo es un hombre fuerte, sin embargo, como muchos de nosotros, extraña a su familia con la que se comunica solo por el WhatsApp, familia que nunca ha podido aceptar que uno de sus miembros viva tan lejos y que a diario exigen su regreso. A nuestro padre le cuesta mucho esta situación porque, nos dice, “la sangre llama y es muy duro”. No obstante, levanta la mirada y agrega: “Pero no puedo decir hasta aquí no más, tengo un compromiso y una firme decisión de seguir trabajando por los que más necesitan”. Sin embargo, se aleja de la política y de los políticos, y tiene que ver con su trabajo, porque hablar de Dios significa defender la vida, la dignidad de las personas y sus derechos.
El padre Domingo es un hombre que no le gusta la foto, pero hace visibles nuestras carencias como pueblo y no rehúye, va al encuentro del problema con acciones paliativas, a punche, con o sin ayuda de las autoridades porque no está dispuesto a esperar que ellos muevan un dedo. Él trabaja no por sus fieles, no por los de su iglesia, sino por todos los seres humanos al margen de sus creencias.
¿Alguien puede dudar de un ser humano como él?
Pero la vida no siempre nos mantiene con una actitud constructiva y alegre, porque siempre falta y nada es suficiente. Hay mucha gente que le pide ayuda y el padre Domingo se niega a voltearles la mirada. “Allí está la Sra. Mary Atoche, por ejemplo, que siempre la molesto si el problema es un problema de salud”, dice, y así con diferentes situaciones.
La obra del padre Domingo es una invitación a que no pensemos en singular sino en conjunto. “Siempre se debe trabajar en equipo y se debe mirar a Paita como una sola necesidad”, nos dice, “El evangelio por ahí va, no por fidelidades a nadie, sino para ayudar a las personas. Es lo que hacía Jesús, que fue capaz de dar la vida por nosotros”.
Pero, la pandemia ha golpeado la obra del Padre Domingo. Se necesita de todos y de cada uno de nosotros los paiteños de buena voluntad. Hay proyectos, hay imaginación, hay un grupo de paiteños que lo apoyan incondicionalmente y hay miles de familias que necesitan de ellos.
Si alguien que está leyendo esto todavía no lo conoce, lo invito a ir a su encuentro que, estar cerca de él, es estar cerca de la verdad. Y así como diría Jesús, el Padre Domingo es el pan de vida; el que llega a él no tendrá hambre. Pero para eso nos necesita a todos en un sólido respaldo.
Pues Palabra de Dios, paiteño.