CARNE SECA
El verano pasado, mamá, Milo y yo viajamos al norte. Papá no pudo venir porque no le dieron permiso en el trabajo. Llegamos a Chulucanas. Mamá era de allá. Estuvimos toda una semana en casa de una tía, prima suya. Pero faltando un día para volver a Lima, mamá dijo que llevaríamos chifles con carne seca y cerámica. Entonces fuimos a Dios nos libre, un pueblito que estaba cerca.
Mamá compró todo lo que tenía que comprar. Al regreso, el carro de mi tío Chalo se malogró en el camino. Entonces, mi tío se bajó y nos dijo que no tardaba. Se fue y sí demoró. En su ausencia, Milo ladraba a los arbustos. Tranquilo, le decía. Pero él seguía ladrando en la misma dirección. Mamá le abrió la puerta porque el ruido la molestaba. Milo salió y se perdió en el bosque.
Cuando mi tío volvió, ya estaba oscureciendo. Sacó su linterna y se perdió entre los arbustos para buscar a Milo. Esta vez no tardó mucho. Nos dijo que debíamos salir de ahí porque la noche estaba avanzando y si nos quedábamos, los encantamientos del lugar podrían matarnos. Asustados, dejamos a Milo solo.
Al día siguiente terminaba nuestra visita al norte. Pero antes de partir, volvimos a Dios nos libre. No encontramos rastro de nuestro perro. A la hora del almuerzo, entramos a una casa muy pobre con una bandera blanca en el techo. Los adultos pidieron tallarines, con chifles y carne seca. Yo no tenía hambre, pero mamá dijo que tenía que comer algo. Y entonces comí. Pero yo pensaba en Milo. No podíamos dejarlo. A mí no me importaba perder el carro. Yo solo quería a mi perro. Pero mi mamá ya había comprado los pasajes. Y yo que lloraba, y ella que me vaya a secar la cara.
Me fui al baño que estaba al fondo, por el corral. Al salir, quería lavarme las manos y solo había un balde cerca del lavador. Lo destapé y una bola de moscas pasó por mi cara. Me asusté mucho. Un olor a podrido se me metió por la nariz. Tenía miedo de ver lo que había en el balde. Y mejor no me hubiera asomado, porque dentro del balde estaba la cabeza de Milo con los ojos en blanco, su cola y todo su pelo, todo cubierto de sangre. Fue cuando me di cuenta de que la carne que colgaba de una soga puesta al sol, era la de nuestro perro.