Andrea no quiere irse de Paita
Así como antaño, como cuando nuestros amigos de verano tenían que regresarse a sus hogares, mi sobrina Andrea Villalobos Zapata no quería irse de Paita. Ha visitado la tierra de su madre desde que era un bebe en pañales. La conoce como si fuera suya; es más, siente que le pertenece y, por eso, exige a sus padres regresar cuando las vacaciones se lo permiten. Andrea nació en Lima, pero por motivos de trabajo de sus padres la familia se trasladó a Ica. Ella dice que es limeña de nacimiento, iqueña de corazón y paiteña por herencia. Ha viajado por diferentes lugares del Perú y visita Norteamérica al ritmo de cualquier empresario, pero siempre quiere regresar a su Paita.
Le encantan las playas, el chicharrón de pescado y el ceviche. “No hay otro como en Paita”, dice siempre después de terminar con su plato.
Andrea no lo sabe todavía, pero tal vez este sea el último año que necesite venir. Necesite, digo, porque la vida, sin duda, le dará un giro que ella todavía no entiende ya que este año cursa el quinto de la secundaria y se prepara para ir a una universidad de Lima. Está por experimentar esa edad del cambio de amigos y compañeros, la misma edad que hacía que nuestros amigos de verano de antaño no volvieran jamás. ¿A cuántos de los que están leyendo este texto les ha pasado? Es que cuando uno ingresa a esa etapa de los nuevos amigos, la universidad y el enamoramiento, pareciera, la vida te exige un cambio rotundo que hay que aceptar con naturalidad.
En lo que no tenemos duda, es que Andrea llevará a Paita en sus recuerdos, y cada vez que necesite ser feliz nos tendrá a cada uno de nosotros tal y como la hemos tratado. Así ha sido y será la suerte de nuestro puerto. Somos el recuerdo bonito de muchos, la infancia feliz y la fuerza que un ser humano necesita para seguir viviendo porque, como escribió Victor Hugo: La fuerza más fuerte de todas es un corazón inocente.
Siempre que llega el último día de su visita, yo bailo, lo hago para fastidiarla, desde que era una niña, y le digo que estoy feliz porque la casa estará otra vez en silencio y para mí solito. Lo digo porque es muy extrovertida y habla “hasta por los codos”. Andrea se ríe y me dice que ella sabe que la extrañaré. Es casi una rutina hacerlo. Hoy he bailado otra vez antes de acompañarla al paradero. Andrea ha vuelto a sonreír y a decirme que la voy a extrañar. Es raro, es como si te contaran el mismo chiste que te gusta, pero que ya no da risa.
Hoy me he vuelto a despedir de mi sobrina Andrea y ha sido muy diferente porque ya no es esa niña que me celebraba todo, sino que hoy es toda una señorita que me guapea; además, yo me hago cada vez más viejo y menos gracioso; pero entre ella y yo hay una historia de veranos y vacaciones que, estoy seguro, y al igual que con mis amigos de antaño, algún día no muy lejano se convertirán en pasado, en escenas lejanas, en historias que van muriendo de a pocos por el paso del tiempo, en ese recuerdo al que uno de los dos, más que seguro, regresará para volver a ser felices.
Hoy Andrea no quería irse de Paita, ni yo quería que se fuera.