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    Junio 30, 20224 Mins Read

    La Otra Imagen

    Ricardo Espinoza RumichePor Ricardo Espinoza Rumiche

    La fiesta tradicional de San Pedro y San Pablo pertenece al sector de La Punta. Allí ha sido por años y debería seguir siendo el encuentro y reencuentro de los paiteños homenajeando a sus pescadores. Los pequeños armadores lucían sus embarcaciones embanderadas y esperando pasear al público en el día central de la fiesta, y los vecinos preparaban con anticipación sus calles para acoger a la visita; y todo empezaba con una banda anunciando la víspera. Un arco colorido y parado por los vecinos como ofrenda a los apóstoles era la entrada a sus territorios y a sus tradiciones: cabrillas, meros, guitarras y demás especies aliñadas eran exhibidas para los visitantes. Esa parte inicial no se ha cambiado, aunque menos vistosa, sigue intacta. Sin embargo, La Punta, por lo que observé ayer, ya no es la anfitriona de antes, ya no luce festiva y sus vecinos, pareciera, ni siquiera han entendido la herencia que les han dejado sus ancestros. El sector paiteño de La Punta, sin esa tradición, y sin temor a equivocarme, muy pronto se convertirá en un barrio sin gracia y sin porvenir. Lo siento, pero alguien tiene que decírselos. La tradición es solo una guía, eso es cierto, pero para seguir siendo notorios en este sector descuidado con el pasar de los años, tendrían que ser conscientes de lo que significa cuidar una tradición y lo que se debe hacer para mantenerla y para crear algo nuevo para realzarla.

    La Punta en vísperas de San Pedro era una fiesta a la que todos estábamos invitados de manera natural; era doña Oneida Zevallos en su esquina cambiándonos el sentido del gusto con su arte culinario heredado de su madre, doña Bárbara Lazo; era también la familia Otárola Molina repartiendo dulzura en la calle con sus sanguchitos calientes; La Punta era la familia Gómez Pizarro abriendo las puertas de su casa para que los amigos entendieran que la amistad es sinónimo de compartir, entre otros, entre muchos otros… La Punta era Luz cada 28 de junio.

    Pero ayer La Punta fue solo un recuerdo: desolada, triste, oscura y, como si fuera poco, siendo copiada (de muy mal gusto, por cierto) con otra “nueva feria” en el centro de Paita. Sí, aunque no lo crean, hay otras imágenes de los santos apóstoles; hay otra serenata, una especie de sub fiesta de la fiesta, una sucursal de la tradición, una novedad atrevida que distorsiona, tal vez ignorando, el verdadero sentido de una tradición tan antigua en este puerto como la del 29 de junio. La misma municipalidad de Paita, en su saludo institucional, saluda en especial al “barrio de La Punta” y expresa: “la tradicional festividad que se remonta desde hace más de cien años”.

    La “nueva feria y las nuevas imágenes de los apóstoles” -escena perfecta para que nuestros amigos evangelistas se burlen a gusto de esta desfachatez- es el reflejo de la nueva Paita: otra Paita, la de los foráneos, mucho más grande y atrevida que exige cambios a sus gustos y que impone alcaldes sin el mínimo conocimiento de su historia. Es la nueva Paita que abre yunzas en cada esquina, pretexto perfecto para la juerga y la pendejada callejera, pero que, a la vez, se indignan cuando un nuevo bar se abre. Esa nueva Paita esa la que hoy nos gobierna y nos seguirá gobernando, una Paita sin rumbo, sin recuerdos, sin conocimiento y sin alma.

    Qué falta. ¿Acaso que nos quiten también la fiesta de setiembre y la conviertan en otra copia vulgar de sus raros gustos?

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    Ayer, por primera vez, escuché decir a una de mis hijas que no entendía cómo había gente que no pensara en salir de este lugar. En otros tiempos me hubiese escuchado la churre, pero esta vez solo me quedé callado. Es joven y no conoció la belleza de nuestra tierra; ni siquiera tuvo el placer de disfrutar en su niñez de su bahía tan contaminada; es que solo huele pestilencias de desagües y demás cada vez que sale; solo ha conocido lo malo, lo que muere en nuestras narices, lo chusco, lo chabacano, lo que tanto nos duele a los verdaderos paiteños. 

    Una vez me preguntaron por qué no escribo de lo bueno de Paita, que siempre me quejo. No sé, es que no me criaron para idiota y menos para vivir en la mentira, como otros.

    Author

    • Ricardo Espinoza Rumiche
      Ricardo Espinoza Rumiche

      Nació en Paita, en la cima de un cerro. Ha estudiado en la ex 33 donde iban los más papacitos de su época y en el Colegio San Francisco, porque no había otro. Fue judoca porque quería vengarse del muchacho que le ganaba a su hermano y también basquetbolista, porque nunca aprendió a patear la redonda. Tiene estudios superiores técnicos, pero se le extravió el cartón que lo certifica. Ha sido, entre otras cosas, pescador, camarero, estibador, mototaxista, agente de aduana, pero nunca pasador de franela. Tiene dos novelas publicadas y dos a media caña que no quiere terminar porque no saca ni para el té filtrante con su literatura. Se considera un autodidacta y un “mil oficios”. En el año 2020 publica el primer número de la revista Barlovento, pero el virus y sus amigos que nunca le compran lo obligaron a desistir de una segunda edición. En el 2021 crea este espacio virtual e intenta mostrar un lugar para todo paiteño que desee escribir. Pero nadie desea escribir y casi siempre lo mandan a bañarse. Actualmente prefiere releer sus textos inéditos antes que leer propuestas monses de candidatos monses. Es chancletero por obra divina y sueña con ser abuelo de tres lindas niñas.

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